Terminamos un año, y nos invita el tiempo a reflexionar, a dar gracias por todos los beneficios que se nos ha dado. Ha sido un año con dificultades y situaciones difíciles que nos han hecho crecer como personas y como cristianos, porque Dios siempre nos da las cosas que necesitamos para que crezcamos, para que maduremos. Han sido 365 días que han tenido sus amaneceres y sus atardeceres, y todo ha tenido su encanto.
Gracias a Dios porque ha sido bueno con nosotros y por ello estamos contentos. Pongamos en sus Manos misericordiosas el año que terminó, de todo aquello que hicimos mal, o cuando dejamos de hacer el bien. Todo lo hemos de poner en la misericordia de Dios, nuestras heridas, nuestros resentimientos, nuestras envidias, nuestra pereza para hacer el bien, nuestro orgullo frente a la vida... dejemos en Dios todo aquello que nos ató, aquello que nos esclavizó, y caminemos con la libertad de los hijos de Dios al encuentro del nuevo año que acabamos de estrenar.
Iniciar el nuevo año, con un corazón agradecido, porque si no valoramos el trabajo que Dios ha hecho por nosotros, entramos al nuevo año con la tristeza del pasado, con la angustia de lo que nos hizo sufrir, y el nuevo tiempo, se tornaría como el deseo de fugarse del presente para esperar algo nuevo y esperar algo bueno como si fuera fortuna, como si fuera la suerte... sin ser responsable de nuestra existencia.
Un nuevo año es tiempo de encuentro y por lo tanto de celebración, porque es encuentro de oportunidades; ha de ser celebrativo porque lo iniciamos con un corazón agradecido, ha de ser un tiempo de encuentro donde tenga cabida la sorpresa, el milagro, el estupor. No es una esperanza fortuita, ni producto de un juego de azar, sino es ir al encuentro del nuevo tiempo en la esperanza, de la realización plena del amor de Dios.
Si el año que terminó lo hemos puesto en las manos misericordiosas del Padre, pongamos en su Providencia el año que acabamos de estrenar, que todos nuestros días que están por venir estén confiados a la Divina Providencia del Señor, que, bien sabemos, cada instante de nuestra vida depende totalmente de Dios. Es Él quien nos cuida, es Él quien nos protege, quien nos provee de lo necesario para cada día, pues cada día tiene lo necesario para que podamos descubrir Su amor y cada día tiene su propio afán.
El amor de Dios se complace en hacer nuevas todas las cosas, un amor que se regocija en compartirse en cada instante, es el mismo Amor que nos ha creado de la nada. Es Dios mismo que se comparte con nosotros en cada instante especialmente en la Eucaristía. Por eso, podemos aventurarnos ya desde este momento a desear y esperar un buen año y...¡Que se realice como nuestro Padre Dios lo haya dispuesto!