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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: PazenlaTormenta  (Mensaje original) Enviado: 10/01/2011 14:44

 Autor: Pedro García Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net
100. Sacerdote y Víctima. Y el cristiano con Cristo
Meditaciones de San Pablo. ¡Que dignidad envuelve al cristiano al sentirse unido a Cristo Sacerdote y Víctima! 
 
 
El Papa Benedicto XVI estableció el Año del Apóstol San Pablo, comprendido entre las fechas 28 de Junio del 2008 al 29 de Junio del año 2009, para conmemorar el Bimilenario del nacimiento de Pablo, el hombre más providencial que Dios regaló a la Iglesia naciente.

En las meditaciones de esta última semana terminaremos el programa que pretende dar a conocer la vida del Apóstol y exponer en forma sencilla la doctrina cristiana de sus cartas inmortales, las catorce clásicas, incluida la de los Hebreos, la cual contiene claramente de principio a fin el pensamiento paulino, y encontrar por nosotros mismos las enseñanzas que Pablo nos transmite a todos. Pedro García Misionero Claretiano.
____________________________

 

¿Somos sacerdotes todos nosotros, todos los bautizados, hasta los laicos?...

Esta pregunta es acuciante.

Porque todos los hijos de la Iglesia sienten dentro de sí el anhelo de acercarse al Altar de Dios, no como simples espectadores, sino como agentes activos en el sacrificio de Cristo que se celebra en la Sagrada Eucaristía.

Por otra parte, en la Palabra de Dios consta bien clara esta afirmación, dirigida por San Pedro a todos los creyentes:
“Ustedes son raza elegida, sacerdocio real, nación santa” (1P 2,9)

Unos textos de San Pablo ─dos o tres nada más─ van a orientar nuestra meditación de hoy sobre un tema tan interesante y de tanta actualidad.
¿Por qué Pablo presenta a Cristo ofreciendo su Cuerpo y su Sangre como el sacrificio de la Nueva Alianza?
¿Por qué Pablo dice que el cristiano ofrezca su cuerpo a Dios como una hostia santa?
¿Por qué dice Pablo que la vida del cristiano ha de ser como pan sin levadura, limpia del todo?

¿Damos respuesta a estas preguntas?

Porque Jesucristo es el verdadero y único Sacerdote nuestro.
Porque Jesucristo ha hecho a todos sus miembros, a todos los bautizados, unos participantes de su sacerdocio.
Porque Jesucristo quiere unir la vida de los suyos, como una hostia, a su propio sacrificio en el Calvario.

Conociendo la Biblia, sabemos lo que eran en Israel Aarón y sus sucesores. Llamados por el mismo Dios, eran consagrados solemnemente, adornados con vestiduras pomposas, y, una vez al año, el Sumo Sacerdote ofrecía el sacrificio de la Expiación con una ceremonia sin igual.

Este sacrificio era la renovación del sacrificio de la Alianza ofrecido por Moisés al pie del Sinaí, y revestía carácter nacional. Era sacrificio de todo el pueblo y por todo el pueblo.
Mientras que el sacrificio del cordero pascual tenía carácter familiar, ofrecido por el jefe de la familia, y recordaba el sacrificio que sacó de Egipto a los israelitas, libres de la esclavitud del faraón.

¿Para qué valían aquellos sacrificios? En sí mismos, para nada. ¿La sangre de animales iba a ser capaz de perdonar pecados?...
¿Y qué significaba ante Dios un sacerdote, simple mortal, pecador también? ¿Un hombre cargado de culpas podía representar dignamente al pueblo delante de Dios?...

Semejantes sacerdotes y tales sacrificios valían en tanto en cuanto significaban lo que había de venir: el sacrificio de Cristo, Sacerdote y Víctima a la vez.
Víctima, con su Sangre podía limpiar todo pecado.
Sacerdote, podía ser totalmente acepto ante Dios, al ser “santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y encumbrado sobre los cielos” (Hb 7,26)

Además, como Jesucristo sacrificado en la cruz fue una víctima que Dios aceptó, la resucitó y la subió al Cielo, allí está enseñándole al Padre sus llagas gloriosas, las mismas del Calvario, y no tiene necesidad de repetir otra vez su sacrificio. El de una vez, valió para siempre.

El Doctor de la Iglesia San Ambrosio lo explicaba así, bellísimamente, haciéndose eco de lo que enseñaba la Iglesia antigua:
“Quiso entrar en el cielo con las llagas sufridas por nuestro amor; no quiere borrarlas. Con esto presenta de continuo al Padre el precio de nuestra Redención. Está a la diestra del Padre con el trofeo de nuestra salvación. Sus cicatrices son para Él corona; para nosotros, testigos de su amor”.

Además, en la Eucaristía se ponen en el altar el mismo Sacerdote eterno y la misma Víctima glorificada, no con nuevo sacrificio, sino con el mismo de la cruz.
Los sacerdotes, consagrados por Jesucristo, actúan sólo como ministros y en nombre del mismo Jesucristo, único Sacerdote de la Nueva Alianza.
Jesucristo -en el Cielo como en el altar-, después de la Resurrección “está siempre vivo intercediendo por nosotros” (Hb 7,25)

Y nosotros, que queremos ser sacerdotes, ¿cómo lo somos?
Ya hemos oído lo que nos ha dicho el apóstol San Pedro: “Son sacerdocio real”.
Y nos había asegurado muy poco antes:
“Ustedes, como piedras vivas, entran en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por medio de Jesucristo” (1P 2,5)
Dos cosas muy claras nos dicen estas palabras del Apóstol.

Ante todo, que somos sacerdotes. ¿Cómo y por qué?
Porque Jesucristo nos ha unido a todos los bautizados a su Cuerpo haciéndonos participar de su único Sacerdocio.
Y podemos ofrecer a Dios, con Jesucristo y por Jesucristo, siempre unidos a Él, oraciones y sacrificios como verdaderos sacerdotes.

Después, nos dice el apóstol, que ofrecemos sacrificios que Dios acepta complacido.
¿Cuál es nuestro sacrificio? San Pablo nos lo especifica muy bien:
“Les exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. Tal será su culto espiritual” (Ro 12,1)

El sacrificio del cristiano es esa vida sin mancha, sin pecado, con la lucha de cada día por la virtud, por el cumplimiento del deber, la oración, y las contrariedades de la vida sufridas por amor.

¿Y cuándo el cristiano se muestra sacerdote en la vida?
Siempre que ofrece su oración o sus obras limpias a Dios.
Pero ejerce y manifiesta su sacerdocio especialmente en la Eucaristía.
Al ofrecer Jesucristo su sacrificio, el cristiano se une del todo a Él, para ofrecer a Dios su propio sacrificio, el de la semana entera o el de cada día.
El cristiano que participa la Misa con adhesión ferviente, se muestra sacerdote y víctima, en unión con Cristo y plenamente agradable a Dios.

Esto es en verdad sublime.
¡Que dignidad envuelve al cristiano al sentirse unido a Cristo Sacerdote y Víctima!
Dios se complace en el cristiano como se complace en Jesucristo.
Y la vida del cristiano, así unido al Sacrificio único de Jesucristo, es una contribución poderosa, eficaz, valiosísima, para la salvación del mundo.



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