
El día de la Amistad
Miro
el almanaque y veo un cuadradito chiquito que encierra un número.
Entonces imagino que el cuadradito crece, crece, se transforma en la
manzana de la casa en que vivía cuando era niña, crece un poco más y se
transforma en la plaza por la que mis pasos adolescentes cruzaban
siempre apurados por llegar al encuentro... y crece más, mucho más... y
se convierte en el mundo... el mundo que fui recorriendo a través de los
años y que me dio tantas cosas y me quitó tantas otras...
En el almanaque, el día del amigo tendría que ser un círculo infinito y no un cuadradito.
Porque
la amistad no es un encierro limitado por cuatro lados, sino una
apertura permanente, un universo que se abre para que el sentimiento
vuele, pájaro luminoso, y para que todo lo que somos y lo que tenemos se
multiplique en un sinfín de espejos milagrosos.
Soy tu amiga y te quiero porque una vez me prestaste tu pañuelo para secar mi llanto y nunca me pediste que te lo devolviera.
Soy
tu amiga y te quiero porque muchas veces tendiste hasta mí tu interés,
como un puente invisible, para que las palabras de mi confidencia fueran
desde mi voz hasta tu pensamiento con la confiada desnudez de un
jazmín... y las recogiste cariñosamente, haciendo con ellas un ramito de
recuerdos, sin olvidarlas nunca.
Y porque me abriste la puerta
de tu corazón sin esconder nada de lo que tenías dentro de él, y me
dejaste tocar la traslúcida piel de tu alegría y tu esperanza sin
ponerte en guardia, con esa generosidad temeraria que da la confianza.
Soy
tu amiga y te quiero porque comprendiste mis temores y mis debilidades.
Porque me permitiste conocer tus temores y tus debilidades. Porque nada
de lo mío te ha resultado jamás indiferente.
Porque no te erigís
en juez para juzgar mis actos, sino que te ponés de mi parte,
defendiéndome ante los demás, aunque a veces no estés de acuerdo con mis
convicciones o mi manera de encarar las cosas.
Soy tu amiga y te quiero porque, sin que nadie nos vea, me has quitado la venda de los ojos y me has hecho ver la realidad.
Porque podemos compartir la palabra "compartir".
Porque no nos sonrojamos cuando decimos que lo más importante en la vida es el amor.
Porque
guardamos boletos capicúa, florcitas secas entre las páginas de los
libros, porque subrayamos las frases que nos conmueven, sabemos de
memoria las letras de algunos boleros, vimos ocho veces Hiroshima mon
amour y lloramos cada vez que pasan Casablanca por televisión.
Y,
fundamentalmente, porque aunque no nos veamos ni nos hablemos por un
tiempo, estás cuando te necesito y estoy cuando sé que me necesitas.
Poldy Bird



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