Los que amamos al Padre Pio siempre deseamos encontrar en vida un sacerdote que al menos se parezca al Santo del Gargano. En este testimonio encontramos referencias al Padre Ignacio, de Rosario, Argentina, y mucho de lo que se aprecia a través de estas palabras nos hace recordar a Pio. Estamos seguros de que en muchos otros lugares también florecen otras muestras del amor de Dios, con sacerdotes plenos de una vital espiritualidad, llenos del Espíritu Santo, a los que Dios por extraño designio cubre con Gracias especiales.
El Padre Ignacio sorprende por su amor Eucarístico, por el amor con el que Consagra el Pan y el Vino. Pero también por el don de intercesión que el Señor le concede, que hace que las almas encuentren sanación física y espiritual frente a su bendición, y don de profecía sobre los problemas que aquejan a sus almas. El Padre Emiliano Tardif, por intermedio del que Jesús sanó a miles de personas, solía decir que no debe sorprender que Jesús conceda el don de sanación en estos tiempos, si la mayor parte de los Evangelios consiste en relatos de sanaciones de enfermos y endemoniados. Jesús envió a Sus apóstoles y discípulos a sanar, y hoy lo vuelve a hacer, siempre lo ha hecho a través de los siglos.
La pregunta obligada es, ¿por qué Jesús concede estas Gracias al Padre Ignacio y no a otros? La respuesta sólo la tiene Dios, que decide en algún momento "adornar" con estos talentos a alguno de Sus ministros. Pero yo sospecho que es porque Jesús sabe que, débiles como somos, necesitamos estos prodigios de cuando en cuando, para revitalizar nuestra volátil fe.
Disfrutemos este testimonio de la obra del Padre Ignacio Peires, de Argentina. Y busquemos en él los misterios de la fe, que es lo que Dios trata de despertar cuando concede estas gracias a Sus pastores.
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