Docenario guadalupano Por el padre Joaquín Gallo Reynoso, sacerdote jesuita
Juan Diego, discípulo y misionero de Dios y de María Estamos contemplando este año cómo vivieron su discipulado y misión los principales actores del Acontecimiento Guadalupano de 1531. Hoy contemplaremos la obra de Dios en San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y su propia respuesta. Ésta nos puede ayudar a ver cómo evangelizar y vivir aquí y ahora en nuestra diócesis que tiene como lema para este año “Pueblo de Dios en camino” y que para este tiempo de Cuaresma nos señala como objetivo vivir reconciliándonos en comunidad dentro de un dinamismo de reconciliación permanente. Juan Diego se convirtió al Verdaderísimo Dios y tuvo que vivir, con el impulso recibido a través de la Virgen, en plena reconciliación con los que le estorbaron su camino al Obispo y con los que eran de otras etnias que la suya y a quienes evangelizó también apoyado en la Reina del Tepeyac. Su ejemplo e intercesión nos ayudarán a vivir como fervorosos discípulos y misioneros del Señor Jesús, portadores de reconciliación y amor capaces de generar la unidad en el Pueblo de Dios que camina en Yucatán. Pidamos por nuestro país tan dañado por tantas posturas irreconciliables. Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para una conversión más profunda y sincera de nuestra parte y vamos a prepararnos para peregrinar el 2 de abril a Ichmul en nuestro camino diocesano de conversión y reconciliación. Las notas del Documento de Aparecida que pongo al final nos ayudarán a entusiasmarnos para vivir con más fortaleza nuestra vida cristiana y reconciliación permanente. Primera consideración: Juan Diego acepta al verdadero Dios por quien vivimos, revelado por el Señor Jesús y Santa María de Guadalupe. Gracias a la intervención directa de la Virgen y de la presentación que Ella hace de Dios (N.M. 26) y de Sí misma (26, 27 y 28), San Juan Diego cambia su concepción de Dios y acepta la nueva visión que le ofrece María. Aprendamos de Juan Diego a valorar lo que la Iglesia Católica sabe y ha propuesto sobre la realidad divina y aceptemos la maternidad espiritual de María sobre nosotros. Jaculatoria apropiada: Juan Diego del Tepeyac, misionero de María; ayúdanos a llevar a Jesús, con alegría, a toda casa y lugar. Segunda consideración: San Juan Diego aceptó salir del temor y del miedo que sentía a un servicio comprometedor (N.M. 147-157). Una vez que Juan Diego fue por primera vez con el Obispo a darle el recado de María y éste no le creyó volvió con María muy desalentado. María lo levantó de su frustración y Juan Diego aceptó ir al día siguiente con el Obispo a quien vio después de algunas dificultades. Aprendamos de María a dar aliento a quienes caminan desalentados en la vida y de Juan Diego a superar nuestras penas, limitaciones, inseguridades y temores. Tercera consideración: San Juan Diego es liberado de sus prejuicios, costumbres y angustias y se arriesga a creer plenamente (N.M. 99-116, 122-124, 171-177 y 194-207). Con la fortaleza que María le comunicó a Juan Diego él aceptó, el día 12, que había flores en el cerro del Tepeyac, sin haberlas visto, y que su tío Juan Bernardino había sido liberado de su enfermedad por mediación de María, aunque no hubiera ido el sacerdote a confesarlo para que se dispusiera a morir. Esto no lo pudo constatar sino hasta el día siguiente… Nuestra fe necesita crecer continuamente, pidámosle a Nuestra Madre nos alcance esta gracia de Su Hijo Amado. Cuarta consideración: San Juan Diego cumple su misión de comprometer al Obispo a favor del mensaje guadalupano (N.M. 70-74; 158-193). Gracias a la intervención cariñosa, oportuna y maravillosa de María, Juan Diego logró que el Obispo recibiera el mensaje divino y mariano y con eso todos salimos ganando. Agradezcámosle a nuestro maestro nacional de la fe y la acción a poner “todo lo que esté de nuestra parte”, como le dijo María, para que el Reino de Dios esté más presente para tod@s. Quinta consideración: San Juan Diego, misionero de la Nueva Evangelización. Una vez convertido al verdadero Dios, consciente de su dignidad y enamorado de María, Juan Diego se dedicó los 17 años restantes de su vida a andar predicando la Buena Noticia en la pequeña ermita dedicada a María en el Tepeyac, y en sus idas y vueltas por las poblaciones por donde pasaba para ir a su población de origen —Cuautitlán— y al lugar donde vivía, Tulpetlac. Por tantas idas y vueltas por esos lugares lo bautizaron como “El peregrino”. Aprendamos a peregrinar por todas partes llevando el Evangelio, la gran noticia de que Dios nos ama y de que María es nuestra Madre Amorosa, como lo vino a comprobar tan maravillosamente al Tepeyac. Apoyos bíblicos: Is 49, 1-6; 50, 4-5; Eclo (Sirácide): 24, 23-31; Salmo 147; Gal 4, 4-7; Lc 1, 39-48. Documento de Aparecida (D.A.): 1, 30, 31, 32, 259, 275, 366, 501, 502, 530, 534, 535, 364 y el párrafo del papa Benedicto XVI al finalizar su conclusión en el discurso de apertura de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en el que habló de Juan Diego al presentar el icono que regaló a la Conferencia.
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