Autor: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net La cruz es el verdadero rostro de Cristo El dolor existe, pero Dios le ha dado un gran valor. La cruz debe acercarnos mas a Él.
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame...
(Mc 8,27-38)
Cuando viene a nuestra mente la imagen de la guillotina que se usaba en la Revolución Francesa sentimos escalofríos. De lo más profundo de nuestro corazón salta este grito: "¡Qué poca humanidad!" Si alguien nos dijera: "Bendito aquel que muere en la guillotina" lo tendríamos por loco.
Esta pequeña consideración nos puede ayudar a comprender la reacción de San Pedro al escuchar la noticia de que Cristo iba a morir en Jerusalén. Nosotros hubiéramos reaccionado de la misma manera, pues no desearíamos nunca la muerte para nuestro mejor amigo.
Cristo preguntó, "¿Quién dicen los hombres que soy yo?" Hubo varias respuestas: el pueblo decía que Él era seguramente una persona muerta que había vuelto a la vida; San Pedro dijo que Él era el Mesías, aunque no entendía la verdadera naturaleza de éste. Cristo se reveló entonces como el Mesías que iba a morir y a resucitar después de tres días. Es el verdadero Cristo.
"Indudablemente la cruz es el verdadero rostro de Cristo. Sólo existe un Cristo, el crucificado, para quienes con autenticidad y sinceridad desean amarle... la cruz debe ser ese sol de cada día que ilumine sus actos, sus sacrificios, sus esfuerzos, sus luchas, sus éxitos y fracasos”.
La cruz, en vez de separarnos de Dios, debería acercarnos mas a Él. Para muchos la existencia del mal en el mundo es un obstáculo para creer en Dios. Preguntan: "Si Dios existe, ¿por qué permite que exista el mal?" La respuesta a esta pregunta la da Cristo, pues Él ha dado valor al sufrimiento, un valor espiritual. La cruz y el dolor no son señales del abandono de Dios sino de su predilección.
Cómo dice un autor:
"Cuando Tú nos señalas, Señor, es señal de que nos escoges. Y yo acato, Señor, la voluntad de tu beneplácito y te doy, en mi sufrir, gracias por el don de tu elección divina. Porque mucho me debes de querer cuando de tal manera me pruebas. ¡Dolor, dolor!: tú no deberías ser en mí sino una palabra vana. Porque, ¿qué tienes de dolor, ¡oh dolor! cuando de Dios vienes...?"
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