La cruz a cuestas
Cuenta la historia de un hombre que caminaba por el rumbo de la vida cargando su cruz sobre sus hombres. De repente se le apareció un señor muy imponente, vestido con un extraño traje rojo que le dijo:
Pero hombre: ¿Qué estás haciendo con esa cruz encima? No tiene sentido. ¿Por qué no le cortas un poco los extremos así la carga se te hace más liviana?
El hombre luego de pensarlo por un breve momento, creyó que esa era una buena idea para evitar tanto esfuerzo. Fue así que limó los extremos de la cruz y siguió caminando.
A los pocos metros el señor se hizo presente otra vez.
Pero, ¿qué te dije amigo? No la has achicado casi nada. Córtale las puntas un poco más. Estás arrastrando una cruz demasiado pesada, pudiendo sacrificarte menos para llevarla. ¡No seas tonto!
Y el hombre otra vez cortó los extremos de la cruz. Sintiéndose ahora un poco más aliviado, continuó su camino. Ya el tamaño de la cruz había disminuido notablemente y el hombre podía cargarla con más comodidad.
Al poco tiempo de avanzar, el hombre de rojo volvió a cruzarse ante él y le insistió:
Vamos, córtale los extremos más todavía. Mientras más chica sea la cruz menos va a costarte llevarla.
Entonces el hombre se detuvo y volvió a cortarle los extremos hasta que pudo cargarla con una sola mano.
Siguió caminando y a medida que avanzaba, pudo divisar una gran luz blanca al final del camino. Cuando llegó a este punto estaba Dios aguardándolo.
"Bienvenido hijo mío al umbral de la Gran Puerta al Paraíso".
Pero Dios, ¿dónde está la puerta que no la veo?
Y el Señor, con su dedo índice apuntando hacia arriba, señaló una puerta en lo alto y le dijo:
"Es aquella que está allá en las alturas". ¿La vez ahora? Bueno, para entrar sólo debes abrirla.
Evidentemente abrir la puerta no era el inconveniente, pero si lo era alcanzarla.
Pero Señor, ¿cómo hago para subir tan alto?
Para eso tienes la cruz. Debes apoyarla sobre esta pared y escalarla hasta la puerta. Esta cruz que has estado cargando durante toda tu vida, tiene la medida exacta para que llegues a la Puerta del Cielo. De otra forma es imposible.
Pero Señor, es que mi cruz ya no tiene ese tamaño. Yo le hice caso a un señor de traje rojo que durante todo mi camino estuvo acechándome, tratando de convencerme para que yo mismo me facilite la cosas. Y me convenció. Yo hice mi carga más liviana por consejo de él.
Ay hijo mío, te has dejado tentar y mira ahora lo que te ha pasado. ¿Te das cuenta que al final de todo, las malas influencias terminan perjudicándote?
Moraleja: Todos debemos asumir que la cruz que nos ha tocado en la vida es la que debemos soportar hasta el final para poder traspasar las puertas del cielo
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