CARTA ABIERTA A MI SEÑOR JESÚS EN ESTE TIEMPO DE CUARESMA
Por Ángel Gómez Escorial
Señor, Amigo y Maestro:
Me quedé yo muy impactado, Señor, cuando hace ya más de quince años leí la biografía que te escribió –“El Señor”—Romano Guardini. En ella se dice que, probablemente, tú, al principio, esperas que la Redención se llevase a cabo sin violencia, con el efecto continuado de tu predicación. Es cierto –y lo dice Guardini—que, al principio, no tenían tus palabras un tinte tan negativo como después. Cuando llevas a los tres discípulos al Monte Tabor para presencia el misterio, bello y prodigioso, de la Transfiguración, ya sabías que el sacrificio era ya ineludible. Buscabas que tus amigos tuvieran pruebas de tu divinidad y, con ello, que resistieran mejor la prueba. Pero no fue así. En fin…
Creo, Señor Jesús, que fue Pablo de Tarso quien mejor entendió tu vida y tu camino. Ciertamente, que él escribe después de la Resurrección, cuando apóstoles y discípulos tenía pruebas de tu divinidad. Pero en esa frase de: “obviando su condición divina, se hizo como uno de tantos y “sufrió la muerte, e, incluso, una muerte de cruz” nos muestra el anonadamiento del que fuiste capaz para cumplir la misión que el Padre te había encargado.
Siempre, Señor, que se va acercando la Semana Santa comienzo a pensar lo mismo. Y es sobre los elementos de tu persecución, tortura y muerte. Y como tú mismo, y en tu entorno, se cambió en profundidad. Muchos de tus seguidores estaban seguros de que tú eras el Mesías. Unos, tal vez, esperaban el triunfo esplendoroso y político. Otros, los más cercanos, ya habrían aprendido que tu triunfo no era de desfiles militares, ni de actos en palacios; pero esperaban tu triunfo. No se enteraban --¿no querían enterarse?—de que tu ya les anunciabas tu muerte en Cruz. Pero, como te decía, según se acercan esas fechas, pienso en como cambiaron las cosas para ti y como te llegó un sufrimiento atroz.
He pensado mucho –siempre-- en la Oración en el Huerto de los Olivos. Ahí creo que, en un momento dado, todo el pecado universal –todos los pecados que los humanos de todas las épocas—que se había cometido y se iban a cometer, pasaron por su mente, incluso con detalle. Y eso te hizo sudar sangre. El shock tuvo que ser terrible. La maldad humana es profunda, abyecta, inhumana, cruel, terrible y eso, en un momento dado, pasó por tu alma y por tu cuerpo… No sé, pero es posible que tal episodio fuera el mayor sufrimiento que te llegó en esos días. Verías y sentirías mis pecados. Y eso me hace estremecer. Me da, sencillamente, vergüenza, mucha vergüenza. Pero lo peor, de todo, es que el ser humano no cesa de pecar. Y repite, día tras día, su “pecado habitual”. Esa falta que queda enclaustrada en su propio ser y que aparece y desaparece. Se repite y se repite. Algún día –y gracias a tu Gracia—desaparecerá. Estoy seguro.
Señor Jesús, voy a seguir pensando, en estos días, sobre todo aquello que te ocurrió en esos días aciagos. Es cierto, también, que la alegría de la Resurrección vive en mi pero ahora quiero continuar contemplando esa subida hacía Jerusalén.