El complicado oficio de Joseph Ratzinger Benedicto XVI
Cuando vio inevitable su elección –ahora se cumplieron cinco años–, el entonces cardenal Ratzinger exclamó: «Señor, no me hagas esto...». ¿Por qué?
Ante todo, por la responsabilidad abrumadora que se le venía encima. Luego, porque sabía que los 265 personajes que le habían precedido en la Sede de Pedro pasaron por todo tipo de situaciones, algunas dolorosas. Hasta 36 antipapas quisieron romper una cadena que arranca de un pescador de Galilea, algunos Papas sufrieron martirio, otros fueron expulsados de Roma, los más fueron calumniados, algunos vivieron épocas en que todo se derrumbaba a su alrededor: los Estados, la cultura y las costumbres. Buen conocedor de la Historia de la Iglesia, Ratzinger sabía que en los 2.000 años de papado había acontecido de todo: «lo mejor y lo peor», por decirlo con Mathieu-Rosay.
En todo caso, hace un lustro cayeron de golpe sobre el cardenal Ratzinger las tragedias, errores y aciertos, alegrías y tristezas de más de1.100 millones de católicos. Se entiende su congoja inicial, que superó con valentía. Desde su elección ha sufrido el ataque combinado de los nuevos medios de acoso modernos. Me refiero al mediático, a las amenazas de reprobación de los Parlamentos (España, Bélgica) e incluso a las sombras de querellas criminales (Turquía, Reino Unido). Ante ellos ha aderezado la serenidad con una rara cualidad: convertir en diálogo los momentos de dificultad. Así pasó con el incidente de Ratisbona, que aceleró el proceso de conversaciones con los musulmanes; con el caso Williamson, que acabó con una visita de Benedicto XVI a la sinagoga de Roma; con la acogida en la Iglesia católica de miles de anglicanos, que se ha convertido en un gesto ecuménico de primera magnitud. Por no hablar del penoso affaire de los abusos sexuales de algunos clérigos, que le ha dado ocasión de iniciar una profunda reforma en el proceso de selección y formación del clero.
El error de los propagandistas del pánico moral es creer que su táctica contra el celibato dará fruto. Permítanme que disienta. Cuando se han dado ataques contra el celibato en épocas históricas pasadas, la reacción de la Iglesia ha sido reafirmarlo. Así, la penosa situación en esta materia de muchos clérigos en el siglo XI-XII, dio lugar a la vigorosa reforma gregoriana que lo purificó. El ataque luterano al celibato sacerdotal dio ocasión a la reforma de Trento que, entre otras cuestiones, volvió a vigorizarlo.
Por lo demás, para valorar a un determinado Papa hay que proyectar el reflector sobre la misión para la que fue elegido. El entonces cardenal Ratzinger no lo fue en 2005 como mero gestor o consejero delegado de una compleja y gigantesca institución. Fue designado para guiar a la Iglesia Católica hacia el horizonte al que mira desde hace 2.000 años. Con este objetivo es razonable el mensaje de sus primeros y principales escritos, centrados en redescubrir el Amor de Dios (Deus Caritas est) y el amor al hombre en su dignidad, que históricamente es el destino manifiesto de la Iglesia. Su afirmación de que la Iglesia lo que necesita hoy es santidad, no management, apunta como una flecha a ese blanco. Blanco que incluye, claro está, la lucha contra la pobreza y la injusticia (Caritas in Veritate). No es fácil esta tarea, pero tampoco nadie ha dicho que el oficio de Papa lo sea.
Rafael Navarro-Valls Catedrático de Derecho en la Universidad Complutense y escritor
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