Octubre mes del Santo Rosario
Pbro. Ramiro Arango Escobar
Sacerdote Católico Guadalupano – no Romano
Quien no recuerda de
antaño los atardeceres esplendorosos cuando reunidos abuelos, hijos y nietos
después de la cena nos sentábamos en el corredor de la casa o en la sala para
rezar el Santo Rosario. Era el abuelo o la abuela, el papá o la mamá quienes iniciaban
y dirigían esta oración en el ocaso del día. Como, esas avemarías repetidas con
una correcta vocalización y con una tonalidad que invitaba a la reflexión,
llenaban de gozo y fe el alma de todos en casa. Como, al contemplar la imagen
de la Santísima Virgen o del Sagrado Corazón de Jesús, nuestros corazones se
llenaban de júbilo y los ojos del alma se abrían de par en par sintiendo el
gozo de los discípulos de Emaus. Era sin lugar a dudas que nuestras vidas
familiares y personales por medio de esa bella oración entraban en una fraterna
comunión con el Señor. Sentíamos con el rezo del Santo Rosario que vivíamos una
intima unión de fe con la Iglesia universal. Sentíamos con el Santo Rosario la
presencia del Señor en nuestra casa y con su presencia vivíamos la unidad de la
familia, el fortalecimiento de la fe católica, la fidelidad a nuestra iglesia,
el crecimiento de los valores de la familia y de nuestra sociedad; la paz en el
hogar, en nuestro pueblo, en la patria y en el mundo entero y algo bien importante:
nos sentíamos iglesia viva. Comunidad domestica de fe. Era como si en la casa
se viviera una mínima parte del misterio de Cristo encarnado en el acontecer de
nuestras vidas individuales y en el colectivo de nuestra familia y sociedad. El
Santo Rosario en épocas llamadas fuertes como los meses de mayo, mes dedicado a
la Santísima Virgen y octubre mes consagrado a la devoción del Santo Rosario
son épocas del año en los cuales la familia vive con intensidad mayor la
contemplación del misterio de Cristo que se reviste de nuestro ser humano y se
hace vida entre nosotros compartiendo toda esa realidad nuestra, salvo la
condición de pecado.
El Santo Rosario se hace instrumento vital para nuestra realización plena de
vida cristiana. Para una comprensión mayor de lo que significa en la vida del
hombre el culmen de la celebración de su fe: la Eucaristía es necesario la
contemplación plena y consiente de los misterios de nuestra redención a través
del Santo Rosario. Es necesario caminar con Maria la historia de la obra
salvadora de su Hijo.
El Rosario celebrado en familia y en la comunidad fortalece la unidad de los de
casa y de la sociedad. Nos permite a todos como iglesia peregrina de Cristo
caminar seguros a ser mejores cristianos; a servir a Cristo en la presencia
verdadera de nuestros prójimos y particularmente de los pobres en los cuales
Jesús prolonga su presencia humana. Esta devoción la mas grande de la tradición
cristiana, después de la celebración de la Santa Misa, se constituye en una
vivencia familiar de los misterios salvificos la cual presidida por la cabeza
de la familia configura la iglesia domestica que crece a la sombra de Maria, la
cual se hace camino para ese encuentro de la familia con Cristo. A la luz del
Rosario la familia vive también el misterio de Iglesia que celebra a Cristo
palabra revelada por la contemplación de los misterios que cuentan las proezas
de Dios con su pueblo; iglesia que vive y siente a Cristo en su diario
acontecer: en las alegrías de sus hijos y en sus tristezas, en sus preocupaciones
y esperanzas. Es decir es todo una autentica dinámica de Cristo. Dinámica de
vida, que tiene que culminar en un cambio, en vivencia plena de Dios. Este es
el resultado final del Rosario: un descubrir a Dios y hacerlo proyecto de vida
personal, familiar y de medio.
Hagamos de este año de La Eucaristía que culmina precisamente en el mes del
Santo Rosario, el momento oportuno para recuperar en nuestra vida domestica el
rezo del Rosario en familia en grupos de vecinos, de barrio, de parroquia, de
vereda, de empresa, de colegio, de universidad. Solo comprendiendo el sentido
teológico del Rosario y viviéndolo podemos llegar a comprender en profundidad
el misterio sublime de Dios que renueva en cada Santa Misa el milagro de la
Encarnación ya no en el vientre de Maria sino en las especies de pan y vino
para ser persona humana y Dios al servicio de sus hermanos, todos nosotros.
Si rezamos el Rosario, mi vida cambia, mi fe crece, mi familia se santifica, mi
Iglesia y sus pastores viven y me enseñan con su testimonio la grandeza de
Dios: es decir vivimos a plenitud y al gozo la alegría de ser hijos de Dios y
hermanos en Cristo. Se vive y se siente que el reino de Cristo esta ya en el
mundo.