¿QUIÉN LOS VISTE A USTEDES?
Un viernes muy de mañana vi un joven muy buen mozo y fuerte caminando por los suburbios de la ciudad. Empujaba un viejo carrito lleno de ropas nuevas y bonitas y pregonaba: Trapos. Trapos. Cambio trapos nuevos pos los viejos.
Yo no comprendía cómo un hombre tan lindo y joven se dedicaba a ese negocio.
Decidí seguirle y la verdad, no me decepcionó.
El “ciruja” vio un mujer que lloraba desconsoladamente y enjugaba sus lágrimas en un gran pañuelo.
Déme su pañuelo y yo le daré otro, le dijo.
Dulcemente le quitó el pañuelo de los ojos y puso otro limpio en sus manos que era tan brillante y hermoso que resplandecía.
El “ciruja” siguió su camino y observé que algo extraño sucedía. Se llevó el pañuelo a la cara y lo empapó con sus lágrimas, pero la mujer ya no lloraba.
Esto es maravilloso, pensé y seguí detrás del “ciruja” que continuaba gritando: Trapos. Trapos. Cambio trapos nuevos por viejos.
Poco después el “ciruja” se tropezó con una niña con la cabeza vendada y los ojos vacíos. Las vendas estaban empapadas de sangre y la sangre le corría por las mejillas.
El “ciruja” la miró con amor y le dijo: dame tus trapos y yo te daré los míos.
Le quitó el vendaje y se lo ató a su cabeza. A la niña le puso un gorro amarillo y desapareció la herida y la sangre.
Ahora un hilillo de sangre brotaba de la cabeza del“ciruja”.
Trapos. Cambio trapos nuevos por los viejos, gritaba el “ciruja”que lloraba y sangraba.
Vi que se paró a hablar con un hombre y le preguntó si iba a trabajar.
Este le contestó: no tengo trabajo. ¿Quién va a contratar a un hombre que tiene sólo un brazo? Y le enseñó la manga vacía de la camisa.
Dame tu camisa y yo te daré la mía, le dijo el“ciruja”.
El hombre manco se quitó la camisa y lo mismo hizo el “ciruja”.
Temblé cuando vi lo que pasaba. Vi como el brazo del “ciruja” se quedó dentro de la manga de su camisa y cuando el hombe se la puso tenía dos brazos sanos, pero el ciruja ahora sólo tenía uno.” Ve atrabajar”, le dijo el“ciruja”. rDespués encontró a un borracho que yacía en el suelo cubierto con una manta y que parecía muy enfermo. El “ciruja” se cubrió con esa manta y lo cubrió con ropas nuevas.
A mí me dolía su tristeza, pero seguí observándole para averiguar sus intenciones.
Finalmente llegó a un gran basurero, pensé ayudarle, pero preferí esconderme.
Subió a lo alto y dio un gran suspiro. Se tumbó y se cubrió con los trapos viejos que había intercambiado y murió.
Lloré amargamente. Yo, testigo de su muerte. Yo, que había llegado a amar al “ciruja”. Y lloré mientras dormía en un coche de la ‘chacarita’.
Dormí todo un viernes y un sábado. El domingo por la mañana una luz violenta me despertó, una luz tan fuerte, tan fuerte que no podía mirarla.
Pude ver un milagro ante mis atónitos ojos. Allí, sí, allí estaba el “ciruja” doblando su manta. Estaba vivo con sólo una cicatriz en su cabeza. Ni la menor señal de tristeza o de edad, y todos los trapos que había recogido a lo largo de la vida brillaban de limpios.
Bajé mi cabeza asombrado por todo lo que había visto, salí de mi coche-chatarra y caminé hacia el “ciruja” y le dije mi nombre.
Me quité todos mis vestidos y le dije: “Te doy mis trapos viejos. Vísteme con tus trapos nuevos. Hazme nuevo otra vez”.
Me vistió. Me puso trapos nuevos y ahora soy una maravilla junto a él, el “ciruja”. El Cristo. Cristo Resucitado.
A mi me vistió. ¿Quién te viste a ti?