Los Padres de la Iglesia nos iluminan
Toda la actividad de Cristo se realizó en la presencia del Espíritu. Él estaba allí, aún cuando fue tentado por el diablo, pues está escrito: ‘Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado’ (Mateo 4,1). Y continuaba con Él, inseparablemente, cuando Jesús realizaba sus milagros, porque, -son sus palabras- ‘Yo expulso los demonios por la virtud del Espíritu de Dios…’ (Mateo 12,28).
Él no lo abandonó después de su resurrección de los muertos: cuando el Señor, para renovar al hombre y restituirlo –una vez que la perdiera- la gracia recibida por el soplo de Dios, cuando el Señor sopló sobre el rostro de los discípulos, ¿qué fue lo que les dijo? ‘Recibid el Espíritu Santo; los pecados serán perdonados a quienes se los perdonen y quedarán retenidos a quienes se los retengan’ (Juan 20,22-23).
¿Y la organización de la Iglesia? No es evidentemente y sin contestación, obra del Espíritu Santo? En efecto, según san Pablo, es Él quien le dio a la Iglesia ‘en primer lugar los apóstoles, en segundo los profetas, en tercero los doctores; después el don de milagros, después los carismas de curación, de asistencia, de gobierno, de lenguas distintas’ (1 Corintios 12,28). El Espíritu distribuye esta orden según la repartición de sus dones.
P. Max Alexander