Los Padres de la Iglesia nos iluminan
La práctica de la sabiduría cristiana no consiste en la abundancia de las palabras, ni en la sutileza de los razonamientos, ni en el deseo de alabanza y gloria, sino en la verdadera y voluntaria humildad que, desde el seno de su madre hasta el suplicio de la cruz, nuestro Señor Jesucristo eligió y enseño como plenitud de la fuerza. Un día que sus discípulos, según cuenta el evangelista, andaban preguntándose, quién era el mayor en el Reino de los Cielos, él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: Yo les aseguro: si no cambian y se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Así, pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos” (Mt 18,1-4). (...)
Pero para que nos hagamos capaces de comprender cómo es posible conseguir una conversión tan admirable, y por medio de qué transformación hemos de llegar a una actitud de niños, dejemos que san Pablo nos instruya y nos diga: No sean niños en juicio. Sean niños en malicia (1 Co 14,20). No se trata de que volvamos a los juegos de la infancia, ni a las torpezas de los comienzos, sino a adquirir algo que conviene a los años de madurez, es decir la tranquilización rápida de las agitaciones interiores, la inmediata vuelta a la calma, el total olvido de las ofensas, la completa indiferencia a las honras, la sociabilidad, el sentimiento de igualdad natural... Esta es la forma de humildad que nos enseña el Salvador...
Que los fieles amen pues la humildad y se guarden de todo orgullo, que cada cual anteponga el prójimo a sí mismo y que nadie busque su propio interés sino el de los demás (1 Co 10, 4). Así, cuando todos estén colmados de sentimientos de benevolencia, el veneno de la envidia desaparecerá por completo, porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado (Lc 14,11). Lo dice el mismo Jesucristo que, con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
P. Max Alexander