Si se humillare mi pueblo, sobre los cuales ni nombre es invocado, y oraren,
buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos;
entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra"
Un general chino hizo el siguiente comentario:
"Si el mundo necesita ser traído a lo orden, mi nación necesita ser transformada primero.
Si mi nación necesita ser transformada, mi ciudad natal necesita ser renovada.
Si mi ciudad natal necesita ser renovada, mi familia necesita ser corregida.
Si mi familia necesita ser corregida, debo ser corregido en primer lugar."
¿Estamos nosotros de acuerdo con el pensamiento de aquel general chino?
¿Estamos listos para dejarnos corregir para que todo a nuestro alrededor sea transformado?
¿Estaríamos prestos a obedecer a Dios para que nuestra nación reciba las dádivas de Dios?
Es muy común percibir los errores y defectos de otras personas.
Percibimos lo relajado de nuestros colegas de trabajo,
la indisciplina de los alumnos de nuestra universidad,
la deshonestidad de los empleados de los comercios por nosotros frecuentados,
la hipocresía de los miembros de la iglesia donde solemos ir.
Todo está equivocado, muchas cosas deben ser cambiadas,
Sin embargo, no estamos dispuestos a comenzar los cambios por nosotros mismos.
Cuando dejamos el Espíritu de Dios moldearnos, comenzamos a vivir una vida mejor.
Los defectos de nuestra familia pasan a parecernos más pequeños y hasta insignificantes.
Nuestra ciudad nos ofrece un paisaje más agradable; nuestro país comienza a tener esperanzas;
el mundo pasa a ser visto por nosotros como un escenario perfectamente posible de ser transformado por el Señor.
Si usted anhela ver un mundo más apacible, coloquese delante de Dios y deje que Él dirija su vida.
De ese momento en delante, empezará a ser verdaderamente feliz.