A quien tiene, se le dará más y tendrá en abundancia Mateo 13, 10-17. Tiempo Ordinario. A Cristo hay que entenderle con el corazón y desde el verdadero amor. Autor: H. Óscar Ramírez | Fuente: Catholic.net
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Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 10 - 17
Los discípulos se acercaron y le dijeron: «¿Por qué les hablas por medio de parábolas?».Él les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: “Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán, Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure”. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron».
Oración introductoria
Señor, concédeme la gracia de conocer los misterios del Reino que me has revelado, y puesto que me lo has dado a conocer a mí, no permitas que sea indiferente a la predilección de tu amor. Hazme ser consciente de que mi felicidad solo puede venir de la experiencia de tu amor.
Meditación
Es abrumador considerar que Dios nos ha escogido a nosotros, humanos, para conocer los misterios del Reino, es decir, conocer el amor de un Dios que ha llegado a hacerse hombre para alcanzarnos la redención. Pero no a todos se nos ha dado a conocer este amor: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no». Estas personas que no conocen el amor de Dios son las que «miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden», porque sus corazones se han endurecido.
Sí, hoy en el mundo hay quizás millones de personas que no quieren oír, ni ver, ni experimentar el amor de Dios en sus vidas y que, por tanto, no serán curadas. El amor de Dios es rechazado por muchos corazones, es excluido de la vida de muchas personas y es incluso ofendido por el desprecio irreverente de quienes quieren vivir al margen de los mandamientos.
Y ante este panorama conviene preguntarnos: ¿Quiénes somos nosotros para contarnos entre los que, al menos un poco, sí hemos experimentado el amor de Dios? Nosotros conocemos, escuchamos y experimentamos en nuestra vida el amor de Dios y, poco o mucho, procuramos corresponderlo. Como católicos hemos sido contados entre el número de los felices que ven y escuchan lo que muchos profetas y justos desearon ver: el amor de un Dios hecho hombre para salvarnos, para acompañarnos en nuestras alegrías, luchas y tristezas; el amor de un Dios que se ha quedado en el Sagrario hasta el final de los tiempos para ser el alimento y el consuelo de nuestra vida; el amor de un Dios que para desatarnos de los lazos del pecado se ha atado a sí mismo a una cruz.
Reflexión apostólica
¿Quiénes somos nosotros para que podamos conocer los misterios del Reino de Dios? Todo es don, todo es gracia, nosotros no merecemos nada por nuestras obras, es Dios el que se ha fijado en nosotros y ha querido darnos el don de la fe y de la experiencia de su amor. No podemos quedar indiferentes ante tal predilección, debemos corresponder al amor de Dios mediante el cumplimiento incondicional de su voluntad en nuestra vida ordinaria. Si nos ha hecho sus predilectos, es para que al menos nosotros podamos corresponder y amar.
Propósito
Hacer una visita a Cristo Eucaristía para agradecerle el don de la fe y de su amor.
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por hacerme conocedor de tus misterios, que se sintetizan en tu amor por mí. Dame la gracia de corresponder a tu amor llevándolo también a tantas personas que no lo conocen o que simplemente lo rechazan. Dame la gracia de vivir con el ardiente deseo y el firme propósito de conocerte, de amarte y de imitarte cada día más en la realidad de mi vida diaria.
«Ayudad al hombre moderno a experimentar el amor misericordioso de Dios» (Juan Pablo II).
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