Cargar con la cruz
El relato de la crucifixión, proclamado en la fiesta de Cristo Rey, nos
recuerda a los seguidores de Jesús que el Reino de Dios no es un reino de gloria
y de poder, sino de servicio, de amor y de entrega total para rescatar al ser
humano del mal, del pecado y de la muerte.
Habituados a proclamar la
"victoria de la Cruz", nosotros corremos el riesgo de olvidar que el Crucificado
nada tiene que ver con un falso triunfalismo que vacía de contenido el gesto más
sublime de servicio humilde de Dios hacia sus criaturas. La Cruz no es una
especie de trofeo que mostramos a otros con orgullo. Es el símbolo del Amor
crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo.
Cantamos,
adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser
sentimos la necesidad de dar gracias a Dios por su amor insondable, pero sin
olvidar que lo primero que nos pide Jesús de manera insistente no es besar la
Cruz sino cargar con ella. Y “cargar con la cruz” consiste sencillamente en
seguir los pasos de Jesús de manera responsable y comprometida, sabiendo que ese
camino nos llevará tarde o temprano a compartir su destino doloroso.
No
nos está permitido acercarnos al misterio de la Cruz de manera pasiva, sin
intención alguna de cargar con ella. Por eso, hemos de cuidar mucho ciertas
celebraciones que pueden crear en torno a la Cruz una atmósfera atractiva pero
peligrosa, si nos distraen del seguimiento fiel al Crucificado haciéndonos vivir
la ilusión de un cristianismo sin Cruz. Es precisamente al besar la Cruz cuando
hemos de escuchar la llamada de Jesús: «Si alguno viene detrás de mí... que
cargue con su cruz y me siga».
Para los seguidores de Jesús, reivindicar
la Cruz es acercarse servicialmente a los crucificados; introducir justicia
donde se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde sólo hay indiferencia
ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y sufrimiento. Será
nuestra manera humilde de cargar con la Cruz de Cristo.
El teólogo
católico Juan Bautista Metz viene insistiendo en un peligro: que la imagen del
Crucificado nos esté ocultando el rostro de los que viven hoy crucificados.
Según Metz, en el cristianismo de los países ricos está ocurriendo un fenómeno
muy grave: "La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón; ha
perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad;
más bien, libera al creyente de toda responsabilidad".
¿No hemos de
revisar todos cuál es nuestra verdadera actitud ante el Crucificado? ¿No hemos
de acercarnos a él de manera más responsable y
comprometida?
José Antonio
Pagola
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