SON LAS 13 HORAS DEL DOMINGO 11 DE SEPTIEMBRE
Y vengo de misa. El domingo es el día del Señor y no estoy dispuesto a perder la gran ocasión de recargar mis baterías. Es el momento de recarga para que este “ muñeco” que os escribe no se pare. Gracias, mis amigos, por leerme y escuchar este vital mensaje que nos viene del Señor.
Me senté en un banco, junto a una columna con altavoces por eso de no gastar energías para oír mejor, mientras poco a poco se llenaba el espacioso local lleno de claridad tamizada por sus grandes ventanales y que a su vez también aprovecha el Espíritu Santo para colarse dentro y posarse en nuestros corazones. Esto lo digo a juzgar por la cantidad y calidad, en el sentido de juventud, de los fieles que me rodean. Hay un lleno completo sin agobios y un 50% son padres jóvenes de familia que también llevan a sus hijos, aunque son conscientes de que alguno de sus vástagos, como el que me tocó hoy al lado, no pueda (sic) parar – me recordó el antiguo refrán,” Quod natura non dat, Salmantica nos praestat” en el sentido de que la Universidad cuenta siempre con la naturaleza de cada uno y la respeta.
Comienza la ambientación para la celebración que todos vamos a compartir y un señor de la asamblea lee alto, claro y con sentido unas frases, mientras esperamos que vaya subiendo el celebrante hacia el altar. Este nos saluda amable y familiarmente al tiempo que nos presenta a dos concelebrantes, jesuitas, compañeros suyos, el uno de Guatemala y el otro de Obregon (USA). También nos recordó en dos palabras el odio que alguien sintió para llevar a cabo el infernal atentado de las torres gemelas un 11 de Septiembre de hace 10 años, donde perecieron unas 3000 personas.
El ambiente era agradable y familiar propio de una celebración que presidía el mismo Cristo Jesús y al que nos había invitado a todos. El Sacerdote nos invitó a implorar de Dios, Padre y Señor todo poderoso, el perdón que todos y cada uno necesitábamos por nuestros pecados. Con ello nos disponíamos a escuchar la Palabra de Dios y a participar en su Mesa. Las lecturas se oyeron claramente y todos contestamos con un sencillo cántico acompañado por una guitarra que manejaba un chico joven. La lectura del Evangelio (Mt.18,21ss) hecha con sencillez y respeto y comentada de igual manera por el sacerdote que dirigía la liturgia, nos iba introduciendo en el mensaje que con un eslogan y unos dibujos (70 x 7 = @@@@@....,) fijado de antemano en el retablo, nos invitaba a ser generosos a la hora de perdonar al que nos haya ofendido, dejando para Dios, nuestro Padre, todo lo demás porque, hermanos creyentes, “¿ NO DEBEMOS NOSOTROS TENER COMPASION CON NUESTRO COMPAÑERO, COMO Dios tiene compasión de nosotros”?
¡ FELIZ SEMANA¡