Victoria
Analizando un poco mi vida, me doy cuenta que todo lo que hice me cuesta conseguirlo. Para lograr que Miriam me dijera que si tuve que remar un Titanic con dos vainillas. La carrera que otros hicieron en tiempo estándar a mi me costó más tiempo y esfuerzo. Cada mensaje que doy o devocional que escribo es un trabajo complicado de realizar. Definitivamente, no tengo el perfil de sujeto exitoso que se vende en la tele o en las películas.
En las muchas derrotas que tuve en mi vida, la gran mayoría fueron por mi culpa. Y las victorias que tuve fueron el resultado de un gran sacrificio. Nada fue fácil ni sencillo. Todo logro demanda esfuerzo, talento, tiempo, dinero y dedicación. Uno desearía que las cosas sean más fáciles.
La misma cultura la aplico también al aspecto espiritual y muchas veces me encuentro encerrado en mis telarañas de dificultades para poder alcanzar estándares de espiritualidad, logros eclesiásticos y modelos predeterminados de lo que los hermanos esperan o anhelan.
Nos autoexigimos parecernos a los paradigmas establecidos como buenos en nuestro afán de asemejarnos a Jesucristo. Y no nos damos cuenta que cometemos un terrible error. Deberíamos ser más espirituales, deberíamos estar en todas las reuniones, deberíamos ser ejemplo, deberíamos no pecar, deberíamos ser tantas cosas que no podemos ser, y que nos frustra no poder alcanzar.
Lejos de alentarnos a mejorar, ver nuestra realidad cotidiana nos desanima aún más. El fracaso de no poder alcanzar los estándares de éxito espiritual que pretendemos y lo débil de nuestra capacidad para no pecar nos deprime y desanima.
Pero esto es una falacia. En el Plan de Dios, el éxito para tu vida espiritual no depende de tu talento, de tu oratoria, de tus capacidades musicales, de tu don de gente, de tu conocimiento espiritual o de tu vestimenta. Lo maravilloso es que nuestra victoria depende de quien la ofrece: Dios.
La afirmación divina es absoluta y maravillosa: En Cristo somos más que vencedores. No importa cuántos problemas tengas, ni cuantos fracasos acumules. Tu siguiente victoria no depende de vos. Depende de Dios. No vivas derrotado o fracasado, teniendo a tu disposición la victoria completa. En lugar de remar el Titanic con dos vainillas, asóciate a Dios para disfrutar lo que ya tenes a tu disposición
REFLEXIÓN – Hasta la Victoria siempre.
Un gran abrazo y bendiciones
Dany
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