¿Qué es pedir?
El llanto sonoro del recién nacido —puerta por la que todos llegamos a la vida— bien expresa nuestra condición inicial: ¿qué es ese llanto, qué ese gemido, sino nuestra primera petición? ¿Qué dicen esas lágrimas, sino una especie de súplica: "por favor, recíbanme en la vida"?
Y sin embargo, el bebé no sabe pedir. Su llanto es más una exigencia que una petición. Y la diferencia está en que quien exige no admite razones. Puesto que en la vida del bebé sólo caben sus necesidades y sus caprichos, y no hay sitio para nada más, por eso el bebé no pide propiamente.
Pedir es en primer lugar un acto de la inteligencia. Es el reconocimiento lúcido de las propias posibilidades y de las posibilidades de los demás. Pero, por encima de todo, pedir es haber comprendido que lo que cada uno ha recibido lo ha recibido no sólo para sí mismo. Por eso, el verdadero pedir no supone humillación. Quizá nuestra soberbia nos hace autosuficientes, y nuestra suficiencia, hipersensibles a todo lo que parezca que nos rebaja.
Pero, en realidad, humillante sería una de estas dos cosas: que lo que yo puedo hacer irresponsablemente se lo deje a otro, o que lo que él otro no debe hacer yo pretenda que lo haga. Pero no es humillación, ni debe ser entendido así, que yo desee superar mi limitación con la ayuda de otro; ni es humillación recibir lo que el otro en cierto modo me debe, pues nadie fue creado para sí mismo.
Es evidente que en la sociedad del individualismo —que es la antítesis de lo que significa sociedad— el verbo pedir queda en la práctica prohibido y tácitamente reemplazado por verbos que se le parecen sólo lejanamente; verbos como "negociar", "pactar", "acordar", etc. Pero el ser humano, para sentirse humano, necesita poder pedir, y si esto le es impedido, se cierra sobre sí mismo en una cárcel de incomunicación y resentimiento. Al fin y al cabo, nuestra vida empezó como regalo, y ese primer regalo de algún modo nos autorizó a pedir, fundamentalmente a pedir que nos completen la vida, a pedir que el regalo no quede a medio camino.
Saber pedir, pues, tiene su ciencia. Pedir —es preciso repetirlo— no es un negocio. Y en esto nos equivocamos mucho. Queremos pedir pero sin parecer débiles, y entonces terminamos haciéndole sentir a la otra persona que, en el fondo, sí tenía que darnos lo pedido. Obrando así le quitamos a nuestra petición su dimensión más humana, precisamente la que podía abrirnos más puertas, a saber, la alegría de simplemente dar.
Por eso el arte de una petición, como tal, está sobre todo en la claridad con la que se haga. La clave está en ayudar a que el otro descubra su dar como una oportunidad de ser. Es hermoso tener claro que nuestras peticiones en realidad hacen más humanos a los demás, en la medida en que les dan margen para ser ellos mismos. Exactamente lo que recortamos de nosotros cuando decimos "necesito" se lo otorgamos a ellos al decirles: "por favor, dame…".
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