¡Quién pudiera como Tú, María!
Llamas, María, silenciosamente,
acompañada y rodeada de Misterios,
y lo haces así porque, tu vida, fue grande en el silencio,
porque, Dios, y nadie más, ocupó lo más santo de tus entrañas,
porque, Dios, y nadie más, gustó la beldad interna de tu cuerpo.
¡Quién pudiera como Tú, María!
Decir al mundo que, en la pequeñez,
está el secreto de la felicidad y el asombro.
Que, en la humildad, se funde la llave para conquistar a Dios,
que, en la docilidad, es donde uno se llena de la fuerza divina.
¡Quién pudiera como Tú, María Inmaculada!
Poseer aquella perfección que al mismo Dios enamora,
asaltar algunos de esos dones tuyos,
con los que fuiste capaz de robar el mismo corazón al Creador.
Vivir sintiéndonos amados por esa fuerza alta y extraña
que, cuando se acoge, es oasis de eternidad y de paz.
¡Quién pudiera como Tú, María!
Responder siempre “SI” sin mirar a lo que atrás se deja.
Ofrecer al Señor el campo de nuestro interior,
limpio y convertido, cuidado y reluciente
y que, Él, pudiera acampar sin miedo a ser rechazado.
Caminar, como Tú lo haces, sin temor ni temblor,
sabiendo que, cuando Dios entra por una ventana de tu casa,
la ilumina con rayos de paz y de alegría desbordantes.
Gracias, Virgen Inmaculada:
eres don y regalo.
Don para nuestra Iglesia.
Regalo para todo el pueblo que,
en nuestras luchas y debilidades,
rezamos, cantamos, proclamamos
y veneramos tu inmensa pureza
de Madre coronada de estrellas.
Amén.
P. Javier Leoz