A María hay que centrarla
Padre Tomás Rodríguez Carbajo
En todos los campos de nuestra vida pasamos por un periodo de inestabilidad, de progreso en la madurez, que llamamos crisis.
Los cambios tan radicales, que años atrás han afectado a la organización de la religión, indudablemente le tiene que servir para purificar la religiosidad, no para destruirla. Refiriéndonos a nuestra devoción a María diremos que el Concilio Vaticano II al hablarnos de ella nos dice que tenemos que limpiarla de una “falsa exageración”, no mermando para nada nuestro amor hacia Ella, sino colocándola en el puesto que le corresponde: No igual a Cristo sino inferior a El pues, es una criatura, no Dios.
En nuestra vida la prioridad la tiene que tener Cristo, ya que es la razón y el fin de nuestra condición de cristianos, María no puede suplantarlo, sino servirnos de ayuda como medio corto y seguro que nos lleva a El.
La grandeza de María se compagina perfectamente con su humildad de la “Esclava del Señor”, no se la damos nosotros con nuestras ideas triunfalistas y sofisticadas, sino que es el mismo Dios, quien se la ha concedido al escogerla, para que fuese su Madre, adornándola de todos los privilegios que tal condición exigía.
Nosotros no le ponemos ninguna grandeza, es Dios, sencillamente hemos de reconocerlas y agradecerle a Dios lo que ha hecho con María, pues, redunda en nuestro beneficio al ser también nuestra Madre.
La crisis no tiene que hacer tambalear nuestro amor a María, sino reflexionar sobre le puesto que ocupa en nuestra vida:
c No suple a Cristo, está junto con Él.
c No hemos de perderla, sino colocarla en su sitio.
c Reconocer que María no hará nada a espaldas de Cristo, sino en perfecta sumisión a sus planes.
c No es la solución mágica de nuestros problemas e insuficiencias, sino la Abogada poderosa ante Dios.
María en nuestra vida siempre tendrá razón de medio para terminar en Cristo.
Si centramos a María en nuestra vida, en la base de una sólida devoción, nadie nos la podrá derribar ni arrebatar.