El pecado ha crucificado a Cristo: el pecado es terrible, terrible: un Dios crucificado, azotado, escupido, golpeado; terrible. No hay palabras; el corazón prefiere callar: sólo el amor de un Dios pudo permitir esto a los hombres: realmente los amaba.
¿Pero todavía puede un hombre condenarse cuando Dios lo ama tanto? ¿Habrá realmente gente en el infierno? Sí consta que hay gente allí: hay ángeles convertidos en demonios; lo lógico es que también haya hombres; si se quiere, únicamente los que despreciaron hasta el final el amor y la redención.
El pecado dispara al hombre hacía el infierno, lo arroja del Paraíso; por donde pasa deja una desolación de muerte, arrasa con todo, mata todo brote de vida; sólo si pasa detrás la sangre de Cristo, ese valle de muerte recupera su esplendor.
El paso del pecado por una alma es desolador, pero el paso de Cristo Redentor por la misma alma resucita todo: ‘Yo soy la resurrección y la vida’. Muchas almas se parecen a Sodoma después del fuego del cielo: se eleva de sus ruinas el hedor de los cadáveres y el humo de los tizones.
Es necesario el paso de Cristo por tantos valles de la muerte, para que la vida surja de nuevo. ¿Fuiste un valle del Paraíso o un valle de la muerte?
Los amores de los hombres en versos sublimes se escribieron. ¡Cuántos poemas de amor escritos con tinta que el agua borró!
Escrito con clavos de fuego, con sangre indeleble en el Parnaso del Calvario, está el amor de Dios. ¡Qué suerte que no es poesía, sueño dulce que al despertar desaparece! Debemos contemplar despiertos el amor de Cristo, y ver que no se desvanece; pasan los siglos y no se erosiona; llega el invierno y no se enfría; el pecado, su gran verdugo, no lo ha matado.
Amor inmortal, delicado y tierno como ninguno; amor de aquí, amor de allá. ¿Sabes tú lo que posees?
Un amor eterno que es tuyo, un amor crucificado, un amor que te persigue dulcemente, un amor que te perdona todo de un golpe; pero no hace ruido, no se impone, te pide permiso. A base de respetar tu libertad, puedes atreverte a decirle que no. Muchas veces le has rehusado tu pobre amor. No sabes lo que has hecho. ¿Te atreves contra el amor eterno, maravilloso de Dios?
No lo mereciste, lo has perdido mil veces, y aún te atreves a negarlo. ¿Qué locura se ha adueñado de tu mente, qué atrevimiento es el tuyo?
Uno puede acumular errores, pero éste sería el mayor de todos. Puede uno cometer ingratitudes, ésta sería la más grande. Pueden encontrarse maravillas en la vida, ésta es la maravilla de las maravillas: Dios existe y me ama. San Pablo lo decía gritando de júbilo: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”