La historia del naufragio del barco Costa Concordia,
con 4.200 personas a bordo,
ante las costas de la isla de Giglio en Italia,
junto a tantos ejemplos de lo que es la frágil naturaleza humana,
-un capitán que, según lo que hasta el momento ha trascendido,
después de tomar la errónea decisión de acercarse
demasiado a tierra poniendo en peligro el barco
que comandaba, se cuenta luego entre los primeros
en abandonarlo para ponerse a salvo-,
recoge también la bella historia de amor
de una pareja felizment e casada, él,
Francis Servel, setenta y dos años, ella,
Nicole, su esposa, sesenta, donde él sacrificó su vida
para que la mujer de su vida pudiera salvarla.
Se da la circunstancia de que el crucero
era precisamente un regalo de los hijos
por su aniversario de bodas.
Parece ser que producida la colisión
que provocó el vuelco del gigantesco trasatlántico,
la pareja, que había dejado pasar
por delante en las embarcaciones de salvamento
a todos las personas más jóvenes que ellos,
se vio al final sin barca en la que ponerse a salvo
y ante la única tesitura de saltar al agua para salvar la vida.
Por alguna circunstancia desgraciada,
parece ser que se encontraron ante un solo equipo
de salvamento, que era el que tenía Francis,
el cual no dudó un momento en entregárselo a su esposa,
que no sabía nadar, tirándose al agua
para que ella no pudiera negarse a utilizarlo.
Tras luchar una hora contra el mar, ella,
provista del equipo de salvamento,
consiguió alcanzar la costa y salvarse.
El, en cambio, a pesar de pertenecer a una extensa familia
de marinos siendo él el único que no lo era,
debió de sucumbir contra el frío,
y tal vez también contra el agua,
pues padecía un mal de espalda que probablemente
le impidió luchar contra el líquido
elemento durante mucho tiempo.
Una bella historia de amor.
Una pareja que permanece unida toda una vida,
que celebra con todo el amor tantos años de matrimonio
(no les puedo decir cuántos, sí puedo decirles
que tienen dos hijos, Edwige y Eric, y nietos,
por lo tanto varias décadas),
y en la que, finalmente,
uno da la vida para salvar al otro.
Digan lo que digan quienes lo digan, el amor existe.
El amor para toda la vida,
el que no es sólo fruto de un momento de pasión
y es capaz de entregarlo todo por el otro
hasta la vida,existe.
Capaz de todo cuando recién nace entre
las brumas de la pasión, pero capaz de todo también,
si no de más, hasta de dar la vida
como lo ha hecho Francis,
después de toda una vida de madurar,
crecer, y como el mejor vino, reposar y envejecer.
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