Palabras de espíritu y vida
Nada de esto es por casualidad.
En el plan divino, la Biblia y la Misa se nos han dado para nuestra salvación —para que podamos penetrar el misterio del plan de Dios, y unir nuestras vidas con Él— La Escritura, dice San Pablo, es “inspirada por Dios” y se nos ha dado “por nuestra salvación mediante la fe en Cristo Jesús” (cfr. 2 Tim. 3:15-16; Jn. 20:31).
La salvación y la nueva vida que la Escritura proclama son “actualizadas” —hechas reales— en nuestras vidas por o mediante la Misa. Como dijo Jesús: “Si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn. 6:53-54).
Por esto el culto de la Misa es culto bíblico. (Culto, según el Diccionario de la Real Academia Española: “homenaje externo de respeto y amor que el cristiano tributa a Dios”). La Biblia le da a la Misa su “eficacia”, su poder de cumplir lo que promete, su poder de integrarnos en comunión con la verdadera y viva presencia de Jesús.
Nuestro culto puede transformar nuestra vida porque la Palabra bíblica que escuchamos “no es palabra de hombre sino... palabra de Dios”. (1 Tes. 2:13).
El ordinario lenguaje humano, por más bello o persuasivo que pueda ser, nunca podría comunicar la gracia de Dios. No puede santificarnos ni hacernos “participes de la naturaleza divina” (2 Pe. 1:4).
Solamente el lenguaje sagrado de Dios puede transformar el pan y vino en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor. Solamente el lenguaje sagrado de Dios puede llevarnos a entrar en comunión con el Dios Vivo.
En el plan divino de salvación, la Biblia nos conduce a la Liturgia. En la Liturgia, el texto escrito de la Sagrada Escritura se vuelve la Palabra Viva. El sentido y propósito de la Biblia se cumple en la Misa, las palabras de la Escritura se vuelven “espíritu y vida... palabras de vida eterna” (Jn. 6:63,68).