Cuando todos ya se habían marchado, Cecilia dijo a su esposo:
—Querido Valeriano: tengo un secreto que revelarte, si me juras guardar secreto.
Lo prometió y Cecilia prosiguió:
—Tengo un ángel de Dios que guarda mi virginidad: si te acercaras a mí con amor impuro, desenvainaría su espada y cortaría en flor tu vida; pero si me amas y respetas mi pureza, se hará tu amigo y nos colmará de bienes.
Inspirado por Dios Valeriano y trémulo de emoción le dijo:
—Para creer tus palabras tendría que ver al ángel y ver demostrado que no es otro hombre el que ocupa tu corazón. De ser así, los dos moriríais a mis manos. Cecilia replicó:
—Para ver al ángel tendrás que creer en un solo Dios y ser purificado. Vete al tercer miliario de la vía Appia; verás allí un grupo de mendigos que me conocen, salúdalos de mi parte, diles que te lleven al buen anciano Urbano y él te hará conocer a Dios, te dará un vestido de color de nieve, y luego, purificado, vuelve a casa y verás al ángel.
Apenas amanecido fue al Pagus Triopius: junto al llamado locus trucidatorum, por los cristianos allí sacrificados, estaban las catacumbas de Pretextato y encontró al obispo Urbano.
Las actas hablan de una visión celestial en la que se les apareció un anciano vestido de blanco con un libro en las manos que decía:
"Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Señor, Padre de todos."
—¿Crees ya o dudas aún?—le dijo Urbano.
—Nada más verdadero bajo el firmamento—respondió el joven.
Y tras rápida catequesis le concedió el bautismo.
No hay razón para dudar, por ser sobrenatural, de esta visión, pues eran frecuentes en la primitiva Iglesia. Ni tampoco es increíble el que vuelto a su casa encontrara Valeriano a su Cecilia junto al ángel, que tenía en sus manos dos coronas de fragantes rosas purpúreas, que ofreció a cada uno de los desposados, promesa y símbolo de su triunfo martirial.
—Pídeme, Valeriano, la gracia que más ansías—añadió el ángel.
—Nada quiero más en el mundo que a mi hermano Tiburcio. Concededme que él confiese como yo a Jesucristo. Llegó en esto Tiburcio y, sorprendido, exclamó:
—¿Qué aroma es este de rosas y de lirios?
Aquí las actas, con fundamento documental y recuerdos de la tradición, trenzan un bello diálogo redaccional con doctas catequesis de Cecilia, tomadas del libro De pudicitia, de Tertuliano. Con la conversión y bautismo de Tiburcio concluye la emocionada escena.
La corta vida matrimonial de los esposos pudiera describirse como por aquellos años lo hacía Tertuliano en su libro Ad uxorem:
"Juntos oran, juntos se postran ante Dios, juntos ayunan y se instruyen. juntos van a la iglesia a recibir a Cristo. Comparten las alegrías y las preocupaciones. Ningún secreto, ninguna discusión, ningún disgusto. A ocultas van a repartir sus limosnas. Nada impide que hagan la señal de la cruz, sus devociones externas, sus oraciones. Juntos cantan los himnos y salmos; y sólo rivalizan en servir mejor a Jesucristo." Era el año 176.