Los juicios del magisterio de la Iglesia contra el modernismo son de una vehemencia impresionante.
La doctrina calificada como:
-“veneno del error”,
-“monstruosidad”,
-“plaga terrible”,
-“perversión de espíritu”,
-“alimento envenenado”,
-“descalabro universal de errores”,
-“resumidero de todas la herejías”, que “conduce al panteísmo” y a “la destrucción de la religión”.
El juicio no es menos severo respecto a las personas: “Tenemos que luchar contra hábiles enemigos”, afirma el Papa San Pio X, “contra un género muy pernicioso de hombres, los modernistas”, que “traman la ruina de la Iglesia”. Estos adversarios están embargados de una “sed de novedades”, poseen “una habilidad nueva y con frecuencia pérfida”, son “enemigos que se ocultan en el seno y en el corazón mismo de la Iglesia”, de un “alma pervertida contra la autoridad”, imbuidos de “desprecio para con el magisterio de la Iglesia”, el cual socavan hasta sus fundamentos “afectando aires de sumisión” y “disimulando bajo apariencia exterior de acatamientos una audacia ilimitada”. Así, los modernistas son tanto más de temer cuanto que “su insidiosa táctica consiste en no presentar jamás sus doctrinas metódicamente y en conjunto”.
¿Qué es el modernismo, que amerita tamaña condenación?
El término “modernista” nos provee una indicación sobre la naturaleza misma de esta herejía. En efecto, “moderno” significa aquello que pertenece o conviene al tiempo presente o a una época relativamente reciente. En consecuencia, el modernismo consiste en la tendencia a conciliar la exégesis cristiana con los presupuestos de la crítica histórica y la filosofía moderna.
Esta definición -es verdad- es insuficiente, pero pone en evidencia el carácter general del modernismo. Antes que nada, el modernismo –como indica su nombre– quiere ser moderno, quiere adaptarse al gusto del día; no quiere quedar al margen de la sociedad. La Iglesia –dice– debe adaptarse a las costumbres y a la manera de pensar de la época, las cuales nacieron de una filosofía racionalista y subjetivista. El modernista “amalgama en sí el racionalista y el católico” dirá San Pio X. “Imbuidos de la filosofía moderna, se dedican a conciliar ésta con la fe y emplearla, según dicen, en provecho de la fe”. Por decirlo de alguna manera, el modernista querrá hacer maridaje entre la fe tradicional y las novedades salidas del Protestantismo y de la Revolución dándole así renovada fecundidad.
El modernista quiere que esta unión sea total. Lejos de subordinar el pensamiento humano a las exigencias de la fe, pide a la Iglesia que tome la filosofía contemporánea tal como ella es. El dato revelado en conjunto debe ser vuelto a pensar y renovado a la luz de las novedades. Es probable que se conserve el lenguaje tradicional, pero se le dará un sentido nuevo. Dicen que “es absolutamente necesario que la teología sustituya las antiguas nociones por nuevas, a resultas de las diversas filosofías de las que, según los tiempos aquella se sirve como instrumentos”.
El modernismo, en consecuencia, aparece a primera vista como una pretensión de poner al día a la Iglesia, en el sentido de una adopción sincera de los datos de la filosofía reinante. De allí que sea más bien un estado de espíritu, con frecuencia difícil de precisar, una especie de transfusión de sangre al cuerpo de la Iglesia que debe conducir a un cambio radical y permanente.
PRINCIPIOS DEL MODERNISMO
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"Suma de todas las herejías" denominó San Pío X al modernismo |
¿En qué consiste esta nueva filosofía, que ejerce tanta fascinación al modernista? Con mucho criterio, el Papa San Pio X la resumió en dos términos: agnosticismo e inmanencia vital. ¿De qué se trata esto?
La palabra “agnosticismo” está formada por el privativo “a” y la raíz “gnosis” o conocimiento. En sentido amplio, agnóstico es aquel que niega que la inteligencia humana tiene la facultad natural de conocer la realidad tal como es. El hombre debería contentarse con la percepción de los fenómenos, la apariencia de las cosas y hacerse una imagen. No puede pretender conocer la naturaleza y las leyes metafísicas de lo real. Más precisamente y como consecuencia, el agnosticismo enseña que el hombre no puede conocer la existencia de Dios por medio de la razón.
Extendiendo este principio el modernista llegará a afirmar que el camino que conduce al hombre a Dios ya está cerrado en el propio orden natural. Corta –si puede decirse así– al hombre de Dios, construyendo una espesa capa de cemento entre naturaleza y Creador, entre tierra y cielo. No solamente la inteligencia no puede conocer a Dios (la inteligencia humana debe circunscribirse a la naturaleza y ella misma, de modo que los individuos y las sociedades viven en referencia a Dios), sino también Dios mismo ya no puede entrar en contacto con el hombre (ya no son posibles ni la encarnación, ni la revelación, ni los milagros): “la historia del género humano se explica sin referencia alguna a Dios”.
Se reconoce también al agnóstico por su desprecio por la verdad objetiva y las definiciones claras y definitivas. Además, el desprecio de la inteligencia lo conduce al relativismo y el liberalismo. ¿Cómo juzgar si una doctrina es falsa si se está privado de todo criterio objetivo? Entonces aparece una dificultad: ¿Dónde encontrará el hombre las convicciones religiosas de que tienen necesidad? ¿Dónde está la fuente de este fenómeno que se encuentra en todas las culturas, en todas las épocas y que se llama “religión”?
Dado que no puede venir de Dios (agnosticismo), no puede sino provenir del hombre. Éste segundo principio modernista tomado de la filosofía moderna, aquella de la inmanencia vital. Vida religiosa, fe y relación con Dios, son reducidas a una experiencia interior, a un sentimiento, a una conciencia, a una auto-realización. “La doctrina de la inmanencia, en el sentido modernista, afirma y profesa que todo fenómeno de conciencia proviene del hombre en tanto hombre”. “Cerrado todo camino hacia Dios de parte de la inteligencia (agnosticismo), se empeñan en abrir otro por parte del sentimiento y de la acción”, es decir, la experiencia. “El Sentimiento religioso, que sale así por medio de la inmanencia vital de las profundidades del inconsciente, es el germen de toda religión, tanto como es razón de todo lo que ha sido y será siempre toda religión”.
El modernista, en otros términos, es como un autista, que privado de todo contacto con el mundo exterior, está abandonado a sí mismo y a sus sentimientos. Privado del conocimiento de lo real y de la causa primera en virtud de su agnosticismo, cree poder encontrar en sí mismo el motor de su progreso. Es invitado a superarse, a fabricar su vida y su religión dando rienda libre a su sentimiento religioso. Esto es lo que los filósofos modernos califican como “acto trascendental”.
Una consecuencia inmediata es el ecumenismo. Dado que el hombre fabrica su religión y que es el maestro de su aproximación a Dios, para unir a los hombres y acercarlos a Dios será suficiente que cada uno siga su conciencia, que practique su propio culto, sea el que fuere, poniendo en obra su inmanencia vital. De este modo todos serán más hombres, construirán todos juntos la humanidad y se unirán a otros hombres, avanzando todos hacia la misma cima transitando su propio camino.
LA RELIGIÓN MODERNISTA
¿En que se transforma la religión católica después de haber sido examinada y corregida por semejante filosofía? Preguntemos al modernista.
¿QUÉ ES LA FE?
La fe católica es una virtud sobrenatural infundida por Dios, que confiere a la inteligencia la certeza sobrenatural de las verdades reveladas. En cambio el modernista la transforma en un sentimiento proveniente “de las profundidades de la subconsciencia”, en “una experiencia individual”, en “cierta intuición del corazón”. Las formulas del dogma no son más que “símbolos” que no conviene utilizar sino en la medida en que sostienen y desarrollan el sentimiento religioso de cada uno.
¿QUÉ ES LA REVELACIÓN?
En lugar de ser una enseñanza de Dios que habla con autoridad por medio de Jesucristo, los Profetas y los Apóstoles, la revelación del modernista se reduce a “un sentimiento que aflora en la conciencia”, a una experiencia de lo divino que dice algo de Dios y está a disposición de todos.
¿QUÉ ES LA TRADICIÓN?
La Tradición, esto es, la transmisión de las verdades hecha por la Iglesia, se transforma para los modernistas en “la comunicación hecha a los demás de cierta experiencia original por medio del órgano de la predicación”.
El rol del magisterio consiste para ellos solo en despertar en los demás, mediante el buen ejemplo y la palabra, este sentimiento religioso que cada uno lleva en sí, en “lo profundo de su naturaleza y su vida”.
¿QUÉ ES LA IGLESIA?
Mientras la Iglesia Católica es la sociedad jerárquica de los bautizados, fundada por Cristo, unidos por la verdadera fe, los sacramentos y la obediencia a una autoridad visible, los modernistas la deformarán en una “colección de ciencias individuales” que imitan el sentimiento religioso de Jesucristo. Es una “emanación vital de la conciencia colectiva”. Lejos de ser una y visible, la Iglesia es indefinible y no susceptible de ser conocida. Ser católico implica revivir la inmanencia vital de Cristo-hombre, es ser hombre como Cristo. Se suprime la diferencia entre clérigos y laicos, como así también los límites visibles de la Iglesia.
¿QUÉ ES EL PAPA?
Para el modernista, la autoridad es un árbitro al servicio de la paz, que permite a cada uno la libre expansión de su propio sentimiento religioso.
El Papa, según el modernista, ya no es el Vicario de Cristo, dotado del poder supremo de jurisdicción y magisterio sino que cree que está al servicio de la inmanencia vital de cada uno. Es el portavoz de la conciencia colectiva y se esfuerza por mantener un equilibrio entre las fuerzas vivas existentes en el interior de la Iglesia, asegurando “los cambios y progresos” gracias a “una suerte de compromiso y transacción entre la fuerza conservadora (la Tradición) y la fuerza progresista”.
¿QUÉ ES EL CULTO?
El culto y los sacramentos no tienen el valor teocéntrico que les son debidos. “No han sido instituidos más que para nutrir la fe”, es decir, “para avivar y activar” el sentimiento religioso individual.
CONCLUSIÓN
¿Qué es lo que queda en definitiva, después de esta relectura de la fe y de la Iglesia bajo el prisma de la filosofía agnóstica y subjetivista?
El hombre, nada más que el hombre, el culto del hombre, la persona humana erigida en absoluto y que se dedica a construir en sí la humanidad mediante su “experiencia religiosa”.
Una palabra pude resumir esta nueva religión: ingratitud. Ingrato, en efecto, es quien ignora o niega la gratuidad de los dones que le son hechos. Comienza por contrariar y destruir lo que se le ofrece.
Este es el hecho de la duda agnóstica. Después, pretende poder alcanzar por sí mismo el objeto de sus deseos. Si acepta ciertos dones, es porque le son debidos y los ha merecido o conquistado por sus propias fuerzas: ya no son gratuitos. Es lo que pretende hacerse con la inmanencia vital. A este título, el modernismo hace gala de su nombre. Coincide con el espíritu de su época, a la cual es inherente una profunda ingratitud para con Dios y con la Iglesia. A esta ingratitud de los hombres debe corresponder la profesión pública de la gratuidad de los dones de Dios.
P. Jean Dominique, O.P. Publicado en “Le Chardonnet. N°229. Junio de 2006.