Autor: Domenico AGASSO,
Papa Francisco, con abrigo y bufanda por el frío romano, no se desanimó y dio la acostumbrada vuelta con el jeep blanco en la Plaza San Pedro para saludar a los fieles y peregrinos (alrededor de 50 mil) que asistieron a la Audiencia general.
El Pontífice declaró que pretende concluir la serie de catequesis sobre el Credo que desarrolló durante el Año de la Fe, que concluyó el domingo pasado. En esta y en la próxima catequesis, anticipó, «quisiera considerar el tema de la resurrección de la carne, enfocando dos aspectos, así como los presenta el Catecismo de la Iglesia Católica. Es decir, nuestro morir y nuestra resurrección en Jesucristo. Hoy me detengo en el primer aspecto, “morir en Cristo”». Sobre todo, explicó, hay una «forma equivocada de ver la muerte», porque «la muerte nos atañe a todos y nos interroga de forma profunda, en especial cuando nos toca de cerca, o cuando golpea a los pequeños, los indefensos de una manera que nos resulta “escandalosa”». El Papa siempre se ha impresionado ante la «pregunta ¿por qué sufren los niños? ¿Por qué mueren los niños?».
Si se concibe como «el fin de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que despedaza todo sueño, toda perspectiva, toda relación e interrumpe todo camino». Esto sucede cuando «consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera».
Y tal concepción de la muerte es «típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse de casualidad en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero también hay un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para sus propios intereses, un vivir sólo para las cosas terrenas». Y si los hombres se dejan «llevar por esta visión equivocada de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte, negarla o banalizarla, para que no nos asuste».
Pero ante todo esto, que es una «falsa solución», se rebela «el ‘corazón’ del hombre, el anhelo que todos tenemos de infinito, la nostalgia que todos tenemos de lo eterno. Y, entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdimos a un ser querido – nuestros padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo un amigo – percibimos que, aun ante el drama de la pérdida, aun lacerados por la separación, se eleva del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil».
Dentro del ser humano «hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no acaba con la muerte, y esto es cierto: ¡nuestra vida no termina con la muerte! Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y digna de confianza en la resurrección de Jesucristo». La resurrección del Hijo de Dios «no da sólo la certeza de la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el pasaje de la muerte. La Iglesia, en efecto reza: “Si nos entristece la certeza de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura”. ¡Ésta una hermosa oración de la Iglesia!».Así pues, indicó el Papa, «en este horizonte se comprende la invitación de Jesús a estar siempre listos, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo nos es dada también para preparar la otra vida, aquella con el Padre celestial. Y para ello hay un camino seguro: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. Ésta es la seguridad: yo me preparo a la muerte estando cerca de Jesús. ¿Y cómo se está cerca de Jesús?: con de la oración, con los Sacramentos y también en la práctica de la caridad».
Por ello se trata de una vía segura, ese «recuperar el sentido de la caridad cristiana y del compartir fraterno, cuidar las llagas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en el compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia ese Reino preparado para nosotros. El que practica la misericordia no teme la muerte. Piensen bien en esto: ¡el que practica la misericordia no teme la muerte! ¿Están de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? El que practica la misericordia no teme la muerte. Y ¿por qué no teme la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos y la supera con el amor de Jesucristo».
De esta manera, subrayó Francisco: «Si abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón a los hermanos más pequeños y necesitados, entonces también nuestra muerte será una puerta que nos llevará al cielo, a la patria bienaventurada, hacia la cual nos dirigimos, anhelando morar para siempre con nuestro Padre, Dios, con Jesús, con la Virgen María y los santos».
Antes de la audiencia general de los miércoles, el Papa ha encontrado en el aula Pablo VI a un grupo de niñas que tienen la enfermedad de Rett y a sus familiares. El síndrome de Rett, es una rara enfermedad congénita que afecta casi exclusivamente a los sujetos de género femenino comprometiendo gravemente el desarrollo neurológico y causando retrasos en la adquisición del lenguaje y de la coordinación motriz. La pérdida de las capacidades es, por lo general, persistente y progresiva