Un sujeto encuentra a un viejo amigo, que vive tratando de acertar en la vida, sin resultado. “Voy a tener que darle un poco de dinero”, piensa.
Sucede que, esa noche, descubre que su amigo es rico, y que ha venido a pagar todas las deudas que ha contraído en el correr de los años.
Van hasta un bar que solían frecuentar juntos, y él paga la bebida de todos. Cuando le preguntan la razón de tanto éxito, él responde que hasta unos días antes había estado viviendo del Otro.
-¿Qué es el otro?- Preguntan.
-El otro es aquel que me enseñaron a ser, pero que no soy yo. El otro cree que la obligación del hombre es pasar la vida entera pensando en cómo reunir dinero para no morir de hambre al llegar a viejo. Tanto piensa, y tanto planifica, que sólo descubre que está vivo cuando sus días en la tierra están a punto de terminar. Pero entonces ya es demasiado tarde.
-Yo soy lo que es cualquiera de nosotros, si escucha su corazón. Una persona que se deslumbra ante el misterio de la vida, que está abierta a los milagros, que siente alegría y entusiasmo por lo que hace. Sólo que el Otro, temiendo desilusionarse, no me dejaba actuar.
-Pero existe el sufrimiento –dicen las personas del bar-
-Existen derrotas. Pero nadie está a salvo de ellas. Por eso, es mejor
perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños que ser derrotado sin siquiera saber por qué se está luchando.
-¿Sólo eso?-preguntan las personas del bar.
-Sí. Cuando descubrí eso, decidí ser lo que realmente siempre deseé. El otro se quedó allí, en mi habitación, mirándome, pero no lo dejé entrar nunca más, aunque algunas veces intentó asustarme, alertándome de los riesgos de no pensar en el futuro.
“Desde el momento en que expulsé al otro de mi vida, la gracia divina obró sus milagros”.