POR: JUAN DAVID HENAO
Conocer a Jesús es lo mejor que me ha pasado. Les voy a contar la historia. Nací y crecí en una familia católica, pero en realidad al principio no me gustaba buscar de Dios. De adolescente, me daba pereza ir a los grupos, las misas y todo lo referente a la religión. Mis padres siempre me hablaban de un encuentro personal con Jesús y del inmenso amor de Dios, y yo pensaba: “Claro, si Dios existe, nos debe amar”, pero nunca había experimentado su amor y su presencia cercana. En aquella época, como aún no seguía los caminos del Señor, empezaron las fiestas, la parranda, la bebida, el cigarrillo, el juego, los casinos, el ocio y lo demás, todo lo que ofrece la sociedad de consumo y las malas amistades. Cada vez yo me alejaba más de Dios y de los valores que mi familia me había enseñado. Recuerdo incluso que los compañeros de la universidad me ofrecían drogas, vicios y hasta negocios ilícitos. En ese momento empecé a preguntarme: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿A dónde voy a llegar si sigo por este camino? Porque el peligro iba creciendo en este ambiente: las propuestas de afectividad y sexualidad ilícita y sin amor, sin responsabilidad y yo recordaba siempre los valores católicos que desde niño me habían enseñado. No me atrevía a entrar en ese mundo, pero tampoco estaba buscando a Dios. Una mirada de amor. Una noche llegué a mi casa muy tarde. Había estado en un baile, había tomado licor y olía a cigarrillo. Mi mamá estaba despierta y esperándome. Cuando llegué me abrazó, me miro con amor y me dijo: “Juan David, tienes olor a licor y a cigarrillo. ¿Dónde estabas? ¿Qué estabas haciendo?” Yo recuerdo que me llené de vergüenza, pero mi madre me miraba con ternura. No se enojó, no me regañó ni me gritó; estaba tranquila, pero con su mirada de amor me lo decía todo y fue allí donde yo empecé a cuestionarme con más fuerza: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Para dónde voy si sigo así? Y esa noche pensé mucho en el gran amor de mi familia y en el buen ejemplo que ellos siempre me han dado. A la mañana siguiente pensé: Mi papá es un hombre muy bueno; fiel, responsable, pendiente de nosotros. ¡Un excelente padre! Y mi mamá es tierna, amorosa, muy servicial, entregada a su familia. ¡Los dos están llenos de Dios! Y siempre han querido que nosotros, sus hijos, conozcamos más del Señor; de Jesús, de María y de su inmenso amor. Entonces me dije: Yo quiero conocer ese amor. Quiero conocer a ese Dios, que ha hecho que mi familia sea feliz, amable, dulce, donde es alegre vivir. Yo comparaba mi familia con las demás y notaba que muchas eran familias destruidas, divididas, donde existía la mentira, la infidelidad, la violencia, en donde el alcohol, las drogas o la superficialidad habían acabado con el amor. En realidad, las buenas familias que he conocido en mi vida siempre han tenido a Dios como parte importante de su vida y buscan su bendición. Pensando en todo esto, reconocí que Dios había hecho una obra maravillosa en mi familia y que el amor que se vive en mi hogar es posible sólo por su gracia y su misericordia, que la felicidad verdadera sólo se encuentra en Dios. Una búsqueda fructífera. Por lo tanto, decidí empezar a buscar a Dios: ir a misa, a los grupos de jóvenes y a la oración. Antes era distraído, participaba por cumplir, pero ahora tenía sed de Dios, quería encontrarlo y ponía mucha atención y disfrutaba de estos encuentros. Recuerdo un día en la reunión de oración, cuando mi mamá estaba dando testimonio sobre el amor de Dios, ella decía que ese Dios, Abba Padre, nos quiere mucho, nos ama, que es tierno y misericordioso y, entre las distintas cosas que compartió, recuerdo que leyó una carta que yo le había enviado a mi papá cuando era niño y le decía cuanto lo quería y lo admiraba, y él me respondía diciéndome lo mucho que me amaba a mí. Entonces mi mamá, en su charla, dijo: “Si así se pueden amar un hijo y su padre en la tierra, ¡cuanto más nos ama Dios! Porque el amor de Dios es perfecto, infinito. El amor humano más grande que tú hayas recibido en la tierra es sólo una gota en el inmenso océano del amor de Dios.” Ese día yo dejé de escuchar simplemente que Dios me amaba y empecé a experimentar, a sentir el inmenso amor de Dios. Recuerdo que empecé a llorar, pero no de tristeza; más bien de consuelo, de tanto amor que experimentaba en ese momento, porque sentí la presencia de Dios a mi lado, que me abrazaba, me rodeaba, me acompañaba. Ese día marcó mi vida para siempre, porque experimenté a un Dios real, vivo, presente, resucitado, un Dios cercano que me decía: “Juan David, te amo, tú eres mi hijo, yo te he elegido para grandes cosas.” Desde ese día en que me encontré con Dios cambiaron mi vida, mis proyectos, mis prioridades, ya no me interesaba más la parranda, el licor, ni la sociedad de consumo. Yo ahora quiero conocer más y más de Dios, servirle y trabajar para que todos en el mundo sepan cuánto los ama Dios, para que cambien su vida de pecado y no desperdicien su vida en vicios o mendigando amor, que entiendan que el mejor amor, el único amor verdadero, viene de Dios. Motivado por esta experiencia y con el profundo deseo de servir a Dios, decidí estudiar teología, para saber más de la Biblia y de la doctrina de la Iglesia Católica y así poder servir mejor al Señor. Así fue que la Sagrada Eucaristía, los sacramentos, la lectura de la Palabra de Dios, los grupos de jóvenes y la oración se convirtieron en mi mejor alimento espiritual y ahora solo sueño con anunciar cada día más el amor de Dios. ¿Qué más puedo decir? Hoy quiero decir lo siguiente a todos los que lean mi testimonio: Dios te ama. Dios te ama a ti como si fueras el único que existe en el planeta y nunca jamás dejará de amarte. Dios te perdona y quiere lo mejor para ti, no porque tú seas bueno sino porque él es bueno. Cuando conocí a Dios entendí que el vacío que el hombre tiene en el corazón solo lo puede llenar Dios. No hay nada ni nadie que lo pueda llenar; sólo Dios. No sé cómo es tu familia, pero sí sé que Dios es el único que puede formar familias felices, porque él es un Padre bueno, santo, que es todo amor y ternura. Y solamente en él se encuentra la felicidad que tú estás buscando. Nadie más puede llenar tu corazón; sólo Jesús es el camino, la verdad y la vida; los demás son callejones sin salida. Las drogas, el alcohol, la superficialidad, el sexo sin amor, la codicia, los vicios, todos esos son callejones sin salida. No dejes que se te pase la vida sin tener un encuentro personal con Cristo, porque él es fiel, es bueno, es misericordioso y abraza a todo el que se acerca a su lado. Búscalo, o mejor aún, déjate encontrar por Jesús, porque él te está buscando.Juan Henao vive en Medellín, Colombia. Trabaja en la emisora www.escuelabiblicaradio.org, y pertenece a la Escuela Bíblica Católica Yeshua, un movimiento apostólico dedicado a la evangelización dentro de la Iglesia Católica. |