LA EUCARISTÍA, NECESIDAD DE NUESTRO CORAZÓN por san Pedro Julián Eymard
Posted: 07 May 2014 01:05 AM PDT
Fecisti nos ad Te, Deus!
¡Oh Dios mío, para ti has hecho nuestro corazón!
¿Por
qué está Jesucristo en la Eucaristía? Muchas son las respuestas que
pudieran darse a esta pregunta; pero la que las resume todas es la
siguiente: porque nos ama y desea que le amemos. El amor, este es el
motivo determinante de la institución de la Eucaristía.
Sin
la Eucaristía el amor de Jesucristo no sería más que un amor de muerto,
un amor pasado, que bien pronto olvidaríamos, olvido que por lo demás
sería en nosotros casi excusable.
El
amor tiene sus leyes y sus exigencias. La sagrada Eucaristía las
satisface todas plenamente. Jesucristo tiene perfecto derecho de ser
amado, por cuanto en este misterio nos revela su amor infinito.
Ahora
bien, el amor natural, tal como Dios lo ha puesto en el fondo de
nuestro corazón, pide tres cosas: la presencia o sociedad de vida,
comunidad de bienes y unión consumada.
I
El
dolor de la amistad, su tormento, es la ausencia. El alejamiento
debilita los vínculos de la amistad, y por muy arraigada que esté, llega
a extinguirla si se prolonga demasiado.
Si
nuestro señor Jesucristo estuviese ausente o alejado de nosotros,
pronto experimentaría nuestro amor los efectos disolventes de la
ausencia.
Está en la naturaleza del hombre, y es propio del amor el necesitar para vivir la presencia del objeto amado.
Mirad el espectáculo que ofrecen los pobres apóstoles durante aquellos tres días que permaneció Jesús en el sepulcro.
Los discípulos de Emaús lo confiesan, casi han perdido la fe: claro, ¡cómo no estaba con ellos su buen maestro!
¡Ah!
Si Jesús no nos hubiera dejado otra cosa por ofrenda de su amor que
Belén y el calvario, ¡pobre Salvador, cuán presto le hubiéramos
olvidado! ¡Qué indiferencia reinaría en el mundo!
El amor quiere ver, oír, conversar y tocar.
Nada hay que pueda reemplazar a la persona amada; no valen recuerdos, obsequios ni retratos... nada: todo eso no tiene vida.
¡Bien lo sabía Jesucristo! Nada hubiera podido reemplazar a su divina persona: nos hace falta Él mismo.
¿No hubiera bastado su palabra? No, ya no vibra; no llegan a nosotros los acentos tan conmovedores de la voz del Salvador.
¿Y su evangelio? Es un testamento.
¿Y los santos sacramentos no nos dan la vida? Sí, mas necesitamos al mismo autor de la vida para nutrirla.
¿Y la cruz? ¡La cruz... sin Jesús contrista el alma!
Pero
¿la esperanza...? Sin Jesús es una agonía prolongada. Los protestantes
tienen todo eso y, sin embargo, ¡qué frío es el protestantismo!, ¡qué
helado está!
¿Cómo
hubiera podido Jesús, que nos ama tanto, abandonarnos a nuestra triste
suerte de tener que luchar y combatir toda la vida sin su presencia?
¡Oh,
seríamos en extremo desventurados si Jesús no se hallara entre
nosotros! ¡Míseros desterrados, solos y sin auxilio, privados de los
bienes de este mundo y de los consuelos de los mundanos, que gozan hasta
saciarse de todos los placeres..., una vida así sería insoportable!
¡En
cambio, con la Eucaristía, con Jesús vivo entre nosotros y, con
frecuencia, bajo el mismo techo, siempre a nuestro lado, tanto de noche
como de día, accesible a todos, esperándonos dentro de su casa siempre
con la puerta abierta, admitiendo y aun llamando con predilección a los
humildes! ¡Ah, con la Eucaristía, la vida es llevadera! Jesús es cual
padre cariñoso que vive en medio de sus hijos. De esta suerte, formamos
sociedad de vida con Jesús.
¡Cómo
nos engrandece y eleva esta sociedad! ¡Qué facilidad en sus relaciones,
en el recurso al cielo y al mismo Jesucristo en persona!
Esta es verdaderamente la dulce compañía de la amistad sencilla, amable, familiar e íntima. ¡Así tenía que ser!
II
El
amor requiere comunidad de bienes, la posesión común; propende a
compartir mutuamente así las desgracias como la dicha. Es de esencia del
amor y como su instinto el dar, y darlo todo con alegría y regocijo.
¡Con
qué prodigalidad nos comunica Jesús sus merecimientos, sus gracias y
hasta su misma gloria en el santísimo Sacramento! ¡Tiene ansia por dar!
¿Ha rehusado dar alguna vez? ¡Jesús se da a sí mismo y se da a todos y
siempre! Ha llenado el mundo de hostias consagradas.
Quiere
que lo posean todos sus hijos. De los cinco panes multiplicados en el
desierto sobraron doce canastos. Ahora la multiplicación es más
prodigiosa, porque es preciso que participen todos de este pan.
Jesús
sacramentado quisiera envolver toda la tierra en una nube sacramental;
quisiera que las aguas vivas de esta nube fecundasen todos los pueblos,
yendo a perderse en el océano de la eternidad después de haber apagado
la sed de los elegidos y haberlos confortado.
Cuán verdadera y enteramente nuestro es, por tanto, Jesús sacramentado.
III
La
tendencia del amor, su fin, es unir entre sí a los que se aman, es
fundir a dos en uno, de modo que sean un solo corazón, un solo espíritu,
una sola alma.
Oíd a la madre expresar esta idea, cuando abrazando al hijo de sus entrañas, le dice: “Me lo comería”.
Jesús
se somete también a esta ley del amor por Él establecida. Tras haber
convivido con nosotros y compartido nuestro estado, se nos da a sí mismo
en Comunión y nos funde en su divino ser.
Unión divina de las almas, la cual es cada vez más perfecta y más íntima, según la mayor o menor intensidad de nuestros deseos: In me manet et ego in illo. Nosotros
permanecemos en Él y Él permanece en nosotros. Ahora somos una sola
cosa con Jesús, y después esta unión inefable, comenzada aquí en la
tierra por la gracia, y perfeccionada por la Eucaristía, se consumará en
el cielo, trocándose en eternamente gloriosa.
El
amor nos hace vivir con Jesús, presente en el santísimo Sacramento; nos
hace partícipes de todos los bienes de Jesús; nos une con Jesús.
Todas las exigencias de nuestro corazón quedan satisfechas; ya no puede tener otra cosa que desear.
Fuente: Propaganda Católica