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—Hay gente
que dice que no cree porque en el mundo suceden cosas que le parecen
una auténtica crueldad divina.
No deja de ser
un curioso razonamiento: Dios es cruel, luego Dios no existe; no comprendo
por qué Dios permite eso, luego no hay Dios; no me gusta que
suceda esto, luego no le concedo el derecho a existir.
No parece una
lógica demasiado clara. Salvando las distancias, sería
como decir: yo estoy sufriendo; si mi madre realmente me quisiera,
no me habría traído a este mundo cruel; ergo... mi madre
no existe.
Me parece una
postura más razonable tratar de comprender por qué Dios,
siendo infinitamente bueno, permite que exista el mal.
Dios es necesariamente
bueno (si no, no sería Dios), y por tanto tuvo que crear un
mundo bueno. El mal es algo dramáticamente real, pero no es
metafísicamente necesario, sino una realidad contingente: el
mal es la ausencia del bien debido, aquello que no debería
haber sido, y que, por tanto, en el origen de los tiempos no existió.
Por otra parte,
si hablamos del bien debido es porque hay un orden (si no, ¿qué
es el mal y qué el bien?), y si hay un orden será porque
hay un principio ordenador, que difícilmente puede explicarse
sin Dios.
La situación
presente del mundo, ostensiblemente marcada por el mal, no puede ser
considerada como constitutiva de la creación, sino que ha de
ser entendida como resultado de una caída, de una herida, de
una corrupción que padece el mundo creado. Y tuvo que ser la
libertad humana quien introdujo el mal en la creación.
—Supongo
que te referirás a lo del pecado original. Pero todo eso de
Adán y Eva, y la manzana, a la gente suele parecerle una fábula,
o un mito.
Lo de la manzana
concedo que pueda ser un mito, entre otras cosas porque el Génesis
habla del "árbol del conocimiento del bien y del mal",
pero en ningún momento habla de manzanas.
El relato del
Génesis sobre la caída original utiliza en ocasiones
un lenguaje de imágenes, pero afirma un acontecimiento real
que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre. La creación,
tal como salió de las manos de Dios, era íntegra y estaba
destinada a la integridad. Todo cuanto ahora la desfigura estaba ausente
en la armonía original del mundo, y es precisamente el resultado
de la degradación introducida como consecuencia del mal uso
de la libertad por parte del hombre.
Partiendo de
la existencia de un Dios infinitamente bueno, y de la evidente existencia
del mal, el pecado original es la única solución razonable
al enigma del mal. Los que pretenden achacar el mal a un destino fatal,
ante el que el hombre nada puede hacer, acaban por tener que negar
la libertad humana (y no parece serio decir que la libertad no existe).
Y los que dicen que el hombre es efectivamente libre, pero que no
tiene culpa de la existencia del mal en el mundo, ¿a quién
cargan esa culpa? Solo les quedaría explicar la existencia
del mal como una eterna lucha entre una divinidad del bien y otra
del mal, pero es difícil defender ese viejo maniqueísmo,
entre otras cosas, por la intrínseca contradicción que
supone pensar que haya dos dioses. Si el mal no puede estar en Dios,
ni en el primer instante de la creación, tuvo que surgir de
nuestros primeros antecesores en la tierra.
—¿Pero
no es injusto que carguemos nosotros con la culpa de Adán?
Comprendo que
a primera vista puede parecer injusto, pero es que todos los hombres
participamos de esa culpa. La Iglesia afirma que todo el género
humano es en Adán como el cuerpo único de un único
hombre, y que por esta unidad del género humano, todos los
hombres están implicados en el pecado de Adán, como
todos están implicados en la salvación de Cristo.
Quizá
nos gustaría que hubiera sido de otra manera, pero eso sería
meterse a organizadores de la creación, querer hacer el papel
de Dios. Algo parecido a los que se quejan de no haber sido hijos
de unos padres más buenos o más ricos o más inteligentes.
Aparte de que no todo el mundo puede tener unos padres así,
el asunto es que nadie escoge ni su fecha ni su lugar de nacimiento,
y nadie piensa que eso sea una injusticia: la vida es así.
—Hay otras
personas que no niegan a Dios, pero sí dicen que no pueden
ni dirigirse a Él después de lo que pasó, por
ejemplo, en Auschwitz...
Es una queja
que siempre impresiona, por supuesto. Pero podemos fijarnos en el
testimonio personal y vivo de personas que lo entendieron más
profundamente. Y si hablas de Auschwitz, podemos pensar, por ejemplo,
en Maximiliano Kolbe. En medio de los horrores del campo de exterminio,
Kolbe da testimonio de una esperanza confiada en Dios, y no solo dando
la vida para que otro pueda seguir viviendo, sino también ofreciendo
su testimonio para que quienes después fueron condenados a
muerte pudieran morir mejor. Tales proezas no son solo testimonio
de la grandeza de un hombre, sino también de la presencia de
la fuerza de Dios, con cuya ayuda se puede superar cualquier pena
o desgracia humana.
Kolbe supera
la mentalidad acusadora contra Dios y se alza en testimonio de valentía
y de confianza. Y es Dios quien le libera de las angustiosas presiones
de la existencia, del miedo a la muerte, de la sensación del
absurdo, en definitiva, del pecado y de sus consecuencias. El dolor,
la enfermedad, la injusticia..., son como un anuncio y preludio de
la muerte. La interpretación que cada uno haga de todo eso
es lo que confiere seriedad y espesor a la vida, lo que más
influye en darle sentido.
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