La revista, "National Geographic", publicó hace unos años un artículo sobre algo que ocurrió después de un incendio en el Parque Nacional Yellowstone de los Estados Unidos.
Una vez sofocado el fuego, empezó la labor de evaluación de daños. Caminando por el parque, un guardabosques encontró un ave calcinada al pie de un árbol en una posición bastante extraña. No parecía que hubiese muerto mientras huía o atrapada por el fuego. Simplemente, estaba con las alas cerradas alrededor de su cuerpo.
Cuando el asombrado guardabosques la golpeó suavemente con una vara, tres pequeños polluelos vivos emergieron debajo de las alas carbonizadas de su madre.
El ave, sabiendo que sus hijos no podrías escapar del fuego, no los abandonó. Tampoco se quedó con ellos en el nido sobre el árbol donde el humo sube y el calor se acumula. Los llevó, tal vez uno a uno, a la base del árbol.
PODEMOS IMAGINAR ESA ESCENA:
EL FUEGO RODEÁNDOLO TODO. LOS POLLUELOS ASUSTADOS Y LA MADRE MUY DELICADA, COMO DICIÉNDOLES:
"NO TEMAN, VENGAN CONMIGO, NADA LES PASARÁ".
Tan seguros estaban ahí tocando sus plumas, que ni siquiera habían intentado salir del refugio materno horas después de apagado el incendio.