SAN ANTONIO DE
PADUA
Su fiesta se celebra el 13
de junio
Los autores modernos fijan entre los años 1188 y 1191 el nacimiento de
San Antonio de Padua. Según el más antiguo biógrafo, nació en Lisboa (Portugal) en una
casa que poseían sus padres cerca y al norte de la catedral, en cuyo baptisterio recibió
las aguas bautismales a los ocho días de su nacimiento, imponiéndosele el nombre de
Fernando.
Sus años de juventud transcurrieron en
el seno de la familia, convertido en el hechizo de sus padres, por ser el primogénito y
por aparecer dotado de índole buena, probidad e integridad de costumbres. Desde su más
tierna edad profesó una especial devoción hacia la Virgen Santísima, a la cual se
consagró y escogió por institutriz, guía y sostén de su vida y muerte. El historiador
Surio dice de él que visitaba a menudo las iglesias y monasterios de la ciudad y que era
compasivo con los pobres, a quienes socorría en sus necesidades.
Juntamente con la educación religiosa proveyeron sus padres a la educación intelectual
de su hijo, al confiarle a los desvelos del maestrescuela de la catedral, para que lo
iniciara en los rudimentos de la gramática, retórica, música, aritmética, geografía y
astronomía, materias que constituían el plan de estudios de las escuelas catedralicias
de aquel tiempo.
Dicen sus biógrafos que el Santo fue acometido en su juventud por la violencia de las
pasiones; pero añaden que el «casto joven nunca, ni por un instante, se rindió a las
exigencias de la pubertad y del placer». Estas crisis pasionales que asaltan a la
juventud, y que para muchos jóvenes son el principio de una vida de pecado, fueron para
el Santo la piedra de toque que le movió a encauzar su vida por otras sendas que
estuvieran al abrigo del demonio de la impureza. De ahí su decisión de ingresar en el
monasterio de San Vicente de Fora, situado en las afueras de Lisboa, sobre una pequeña
colina, y habitado por hombres honorabilísimos por su piedad.
Dos años moró el Santo en el monasterio de San Vicente, hasta que, a causa de las
frecuentes visitas de familiares y amigos que le impedían la paz y recogimiento, decidió
pedir su traslado a la casa madre de Coimbra, en donde ingresó a los diecisiete años de
edad. Aquí llevó una vida tan fervorosa que los antiguos biógrafos aseguran que en este
tiempo escaló Fernando las cimas de la santidad. Al intenso trabajo espiritual
acompañaba siempre el estudio, que consideraba como complemento y perfección de su vida
de piedad. Aunque muy amplios, sus estudios tendían exclusivamente al conocimiento más
perfecto de la Sagrada Escritura.
Atendiendo el ambiente político-religioso del monasterio de Santa Cruz durante los
tiempos en que moró allí el Santo, sacamos la conclusión de que su santidad y ciencia
fueron más bien producto de su esfuerzo personal y de la gracia que imposiciones del
medio ambiente. En una atmósfera de luchas, intrigas y defecciones dolorosas vivía el
joven Fernando entregado a la oración y al estudio. La virtud se robustece en la
adversidad, y, lejos de escandalizarse por la conducta equívoca de algunos prohombres del
monasterio, se impuso una vida más intensa de espiritualidad. Sin embargo, más de una
vez soñó en la posibilidad de abrazar otro género de vida más perfecto y más al
abrigo del mundanal ruido.
La vida simple de los pobrecillos hijos de San Francisco de Asís del eremitorio de San
Antonio de Olivares, de Coimbra, le atraía irresistiblemente. Tuvo Fernando su primer
contacto con dichos frailes al hospedarse en el monasterio los protomártires franciscanos
de Marruecos, a su paso por Coimbra en dirección a África. Además, los frailes de
Olivares acudían al monasterio en busca de limosna, a los que atendía el joven monje,
que, según testimonio de Azevedo, tenía a su cargo la hospedería. A este cenobio fueron
después traídos los cuerpos de los protomártires de Marruecos. ¿Qué impresión
producirían en el ánimo de Fernando los despojos mortales de aquellos intrépidos
soldados de la fe? Despertaron en él el deseo de consagrarse al apostolado entre infieles
y morir mártir de Cristo. Era imposible realizar sus sueños mientras permaneciera en
Santa Cruz de Coimbra, porque el monasterio no tenía en su programa de vida las misiones
entre infieles y sólo podía llevarlo a cabo en el supuesto de profesar en una Orden como
la franciscana; pero para efectuar este tránsito debía contar con la autorización de
los superiores de ambas Ordenes.
Un día, según costumbre, los frailes de San Antonio de Olivares acudieron al monasterio
en busca de limosna y Fernando, en secreto, les confió su propósito, diciéndoles:
«Hermanos, recibiría con entusiasmo el hábito de vuestra Orden si me prometiérais
enviarme, luego de haber entrado, a tierra de sarracenos para que sea partícipe de la
corona de los santos mártires». Los frailes le dieron palabra y fijaron para la mañana
siguiente el ingreso en la Orden franciscana. Aquella noche, según el biógrafo más
autorizado, arrancó Fernando a duras penas y a base de muchos ruegos el permiso del prior
del monasterio. Con el fin de vencer dificultades de parte de sus familiares y de algunos
monjes de Santa Cruz se convino en cambiar su nombre de Fernando por el de Antonio, que
era el titular del eremitorio donde residían los franciscanos, y en mandarle cuanto antes
a tierra de infieles. La ceremonia de la imposición de hábito al nuevo candidato fue
rápida y sencilla, por razón de que el prior, el monasterio, la diócesis y todo el
reino estaban en entredicho por el arzobispo de Braga, y, según el derecho, se prohibía
la celebración pública de la santa misa y del oficio divino.
En el verano de 1220 vestía Antonio la librea franciscana y a primeros de noviembre
desembarcaba en Marruecos. Una terrible enfermedad le retuvo todo el invierno en cama y
los superiores de la misión juzgaron conveniente repatriarlo para que atendiera a su
convalecencia. Con este propósito hízose a la mar; pero un recio viento empujó la nave
hacia Oriente, obligándola a atracar en las costas de Sicilia. Antonio se refugió en el
convento franciscano de las afueras de Mesina y de allí marchóse al Capítulo general,
convocado en Asís por el seráfico fundador para el 20 de mayo de 1221. Antonio pasó
inadvertido en medio de aquella multitud, de tal manera que, terminado el Capítulo, los
frailes se reunieron en torno a sus provinciales y en su compañía regresaban a sus
respectivas provincias, mientras él quedaba a disposición del ministro general. A ruegos
del Santo el provincial de Romaña se lo llevó consigo y con su permiso retiróse al
eremitorio de Monte Paolo para consagrarse a la soledad. De su vida en aquel eremitorio
dice el primer biógrafo:
«Cierto fraile habíase arreglado una cueva que debía servirle de celda para retirarse
allí y dedicarse a la altísima contemplación. Cuando Antonio, que iba explorando el
bosque, la vio, prendóse de ella y, con muchos ruegos, se la pidió al devoto fraile,
que, vencido por las reiteradas súplicas del Santo, se la cedió fraternalmente. Desde
entonces todas las mañanas, después de haber tomado parte en la plegaria común,
retirábase allí, llevándose consigo un poco de pan y un vaso de agua para todo el día,
obligando a la carne a servir al espíritu. Pero, fiel a las prescripciones de la regla,
asistía por la tarde a la conferencia espiritual que se tenía en el convento. Sucedía a
menudo que, cuando al toque de la campana quería reunirse con sus hermanos, hallábase su
pobre cuerpo tan debilitado por las vigilias y tan extenuado por el ayuno que se
tambaleaba y rehusaba sostenerse, teniendo necesidad de apoyarse en otro hermano para
poder llegar al eremitorio».
Pero aquella alma privilegiada no debía vivir sólo para sí, sino ser útil y provechosa
a los demás. No quiso Dios que aquella lámpara de la ciencia y santidad permaneciese por
más tiempo debajo del celemín. Y pronto presentóse la oportunidad de revelarse al mundo
con ocasión de un sermón predicado en Forlí en las cuatro témporas de septiembre de
1221, ante los religiosos franciscanos y dominicos que fueron ordenados sacerdotes. A
ruegos del superior habló de tal manera que todos quedaron maravillados del torrente de
sabiduría que fluía de sus labios. Su ciencia había traicionado a su humildad y no era
posible esconderla por más tiempo. Aquella intervención de Antonio sorprendió
gratamente al provincial, que pensó en dedicarle inmediatamente al apostolado.
Su primer campo de acción apostólica fue la Romaña, región infectada por los herejes
cátaros y patarinos. Antonio entró en liza con ellos, poniendo en juego todas las
reservas espirituales acumuladas anteriormente en la soledad y sus extensos conocimientos
teológicos y bíblicos. En Rímini encontró fuerte oposición de los herejes, que
impedían al pueblo que asistiera a sus sermones. Entonces recurrió el Santo a la
eficacia del milagro. Ante la apatía del público por la palabra de Dios fuese a orillas
del Adriático y empezó a predicar a los peces, diciendo: «Oid la palabra de Dios,
vosotros peces del mar y del río, ya que no la quieren escuchar los infieles herejes». A
su palabra acudieron multitud de peces, que sacaban sus cabezas fuera del agua con
grandísima quietud, mansedumbre y orden. Aquel milagro despertó gran entusiasmo en la
ciudad, quedando corridos los herejes. Fue tan eficaz su acción apostólica contra los
mismos, que los antiguos biógrafos le llamaron incansable martillo de los herejes.
Al cabo de unos años de apostolado eficaz fue nombrado Antonio profesor de teología.
Cerciorado San Francisco de su sabiduría y santidad, convencido de la necesidad del
estudio de sus frailes para el más completo desenvolvimiento de la Orden, envióle la
siguiente carta: «A fray Antonio, mi obispo, fray Francisco, salud en Cristo: Me place
que interpretéis a los demás frailes la sagrada teología, siempre que este estudio no
apague en ellos el espíritu de la santa oración y devoción, según los principios de la
regla. Adiós». Con el beneplácito del santo fundador fue San Antonio el primer Lector
de teología que tuvo la Orden franciscana.
Poco duró su magisterio en el estudio de los franciscanos de Bolonia, por cuanto las
necesidades generales de la Iglesia reclamaron su presencia en Francia, para combatir
allí la herejía albigense. Santo Domingo había trabajado incansablemente para reducir a
los herejes; pero, a pesar de su acendrado celo y de su actividad incansable, la herejía
mostrábase cada día más pujante. Ante aquel peligro movilizó el Papa a todos los
predicadores que por su celo, ciencia y santidad de vida fueran aptos para acometer una
cruzada eficaz de apostolado, para persuadir a los herejes de la falsedad de su doctrina.
Entre los escogidos figuraba San Antonio.
El primer puesto de batalla fue Montpellier, en donde enseñó Antonio sagrada teología a
los religiosos de su Orden; de allí pasó a Toulouse para ejercer el mismo ministerio,
que alternaba con el apostolado entre el pueblo. «Día y noche –dice Assidua–
tenía discusiones con los herejes; exponíales con grande claridad el dogma católico;
refutaba victoriosamente sus prejuicios; revelando en todo una ciencia admirable y una
fuerza suave de persuasión que penetraba en el ánimo de sus contrarios.» De Toulouse
pasó el Santo a Le Puy, Bourges, Limoges y Arlés. Por razón de ocupar el cargo de
custodio de Limoges vióse obligado a asistir al Capítulo general convocado por fray
Elías en Asís para el 30 de mayo de 1227, y en el cual fue elegido Antonio ministro
provincial de Romaña, cargo que ejercitó con éxito hasta el año 1230. «A finales de
1229 mandó Dios a Padua –dice Rolandino– de los confines de la Hesperia y de
los países de Occidente, esto es, de las tierras de Galicia, Sevilla y Lisboa, al hombre
religioso y santo, célebre por sus virtudes y conocimientos literarios, arca del Antiguo
Testamento y forma del Nuevo y, si me es lícito usar de esta expresión, poderoso en
obras y palabras. Éste habitó con sus hermanos de Padua; pero espiritualmente habitaba
en el cielo.» Por indicación del cardenal de Ostia se dedicó allí Antonio a la
composición de sermones para todas las festividades de los principales santos y
domínicas del año. La soledad y el retiro del convento de Arcella, cerca de Padua,
invitaban al recogimiento y estudio, necesarios para llevar a término la composición de
una obra de tan vastas proporciones. También se le atribuye una Exposición del Salterio
y algunas otras obras.
Al llegar la Cuaresma suspendió Antonio el estudio para dedicarse de nuevo a la
predicación. Era tan vivo el celo que devoraba su corazón, que se propuso predicar
durante cuarenta días continuos, y lo llevó a cabo, a pesar de la maligna hidropesía
que le aquejaba. Era tanto el fervor del pueblo por su persona, que se abalanzaban sobre
él las gentes para recortar pedazos de su hábito. Con el fin de impedir estas escenas se
dispuso que, terminado el sermón, desapareciera Antonio ocultamente o saliera escoltado
por un piquete de hombres valientes que impidieran acercársele.
Consumido por el esfuerzo y la enfermedad retiróse San Antonio al eremitorio de
Camposampiero. Junto al mismo había un espeso bosque y en él un nogal gigantesco con un
tupido ramaje en forma de corona. El Santo, movido por divina inspiración, pidió por
caridad que se le construyera una celdita entre la enramada del árbol, como lugar
apartado y apto para la meditación. Aparte del sabor poético de la escena, ¿no encierra
este hecho un poco de filosofía cristiana? Los monjes y los pájaros son hermanos. Las
alondras y las tórtolas amaban a San Francisco, y es probable, aunque las Florecillas no
lo cuenten, que los pajaritos no huían del árbol cuando Antonio subía en él. Los
monjes y los pájaros son pobres y confían en la Providencia, que da a los unos las
migajas de la caridad y a los otros los ligeros granos que levanta el viento; teje para
los primeros un vestido glorioso con el oro de sus virtudes y prepara para los segundos un
manto real con la variedad de su plumaje.
Un día la enfermedad que le aquejaba anunció un fatal desenlace. Recibidos los santos
sacramentos, cantó Antonio un cántico a la Virgen mientras fijaba su mirada hacia un
punto luminoso, invisible para los allí presentes, con una sonrisa beatífica en sus
labios. El religioso que le asistía le preguntó en la intimidad qué cosa veía, a lo
que respondió el Santo: «Veo a mi Señor». Después alargó los brazos, juntó las
palmas de las manos en actitud humilde y alternaba con los religiosos en el rezo de los
salmos penitenciales. Al terminar entró en un profundo éxtasis que duró media hora;
vuelto en sí miró por última vez a los presentes, sonrióles y su alma santísima,
desligada de los brazos de la carne, fue absorbida en los abismos de los resplandores
divinos. Era viernes, día 13 de junio de 1231. Tan pronto como expiró los niños de
Padua recorrieron la ciudad al grito de: «¡Ha muerto el Santo! ¡Ha muerto San
Antonio!».
Dios quiso glorificar su sepulcro obrando por su intercesión gran número de milagros, lo
que movió a las autoridades eclesiásticas a pensar en su canonización, lo que hizo el
papa Gregorio IX aún no transcurrido el año de la muerte. El mismo Gregorio IX le
concedió, al canonizarle, la misa de doctor, que ininterrumpidamente se ha celebrado en
su fiesta, por los tesoros de la altísima sabiduría de que fueron testigos y
panegiristas los Romanos Pontífices. Pío XII se hizo intérprete de esa tradición
secular cuando el 16 de enero de 1946 le proclamaba doctor de la Iglesia, asignándole el
título de Doctor Evangélico, por las Letras Apostólicas que empiezan con el siguiente
elogio:
«Alégrate, feliz Lusitania: salta de júbilo, Padua dichosa, pues engendrasteis para la
tierra y para el cielo a un varón que bien puede compararse con un astro rutilante, ya
que brillando, no sólo por la santidad de su vida y gloriosa fama de sus milagros, sino
también por el esplendor que por todas partes derrama su celestial doctrina, alumbró y
aún sigue alumbrando al mundo entero con una luz fulgentísima».
San Antonio no ha perdido actualidad y su memoria es evocada constantemente por el pueblo
cristiano, que ve en él al santo que resucita a los muertos, que cura las enfermedades,
que está dotado del don de bilocación, que habla a los peces, que convierte a los
herejes, que aligera el bolsillo de los ricos en provecho de los pobres necesitados, que
asegura y multiplica las provisiones, que allana los obstáculos que dificultan el
contraer matrimonio, que halla las cosas perdidas, que conversa amigablemente con el Niño
Jesús. La experiencia cotidiana enseña que San Antonio no defrauda nunca la esperanza de
sus devotos, que confían en su valimiento ante el trono del Altísimo.
Texto extraído del libro de
Luis Arnaldich, OFM, "San Antonio de Padua", tomo II,
Madrid, Ed. Católica (BAC 184), 1959, pp. 635-642
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ORACIONES A SAN ANTONIO DE
PADUA
Dios todopoderoso y eterno, que
diste a tu pueblo un predicador insigne del Evangelio en San Antonio de Padua, y un
intercesor eficaz que lo asistiera en sus dificultades, concédenos, por su intercesión,
que seamos fieles a las enseñanzas del Evangelio y que contemos con tu ayuda en todas las
adversidades. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Novena a San Antonio de
Padua
San Antonio obtenme de la Misericordia de Dios esta gracia que deseo (mencione el favor
que pide).
Como tú eres tan bondadoso con los pobres pecadores, no mires mi falta de virtud antes
bien considera la Gloria de Dios que será una vez más ensalzada por ti al concederme la
petición que yo ahora encarecidamente hago.
Glorioso San Antonio de los milagros, padre de los pobres y consuelo de los afligidos, te
pido ayuda.
Has venido a mi auxilio con tan amable solicitud y me has aliviado tan generosamente que
me siento agradecido de corazón.
Acepta esta ofrenda de mi devoción y amor.
Renuevo la seria promesa de vivir siempre amando a Dios y al prójimo.
Continúa defendiéndome benignamente con tu protección y obtenme la gracia de poder un
día entrar el Reino de los Cielos, donde cantaré enteramente las misericordias del
Señor. Amen.
Oración
A ti, Antonio, dechado de amor a Dios y a los hombres que tuviste la dicha de estrechar
entre tus brazos al Niño-Dios, a ti lleno de confianza, recurro en la presente
tribulación que me acongoja………….
Te pido también por mis hermanos más necesitados, por los que sufren, por los oprimidos,
por los marginados, por los que hoy más necesiten de tu protección.
Haz que nos amemos todos como hermanos, que en el mundo haya amor y no odios. Ayúdanos a
vivir el mensaje cristiano.
Tú, en presencia ya del Señor, no ceses de interceder por El, con El, y en El, a favor
nuestro ante El Padre. Amén.
TRECE MARTES EN HONOR
DEL GLORIOSO SAN ANTONIO DE PADUA.
Os ruego bendito San Antonio, que me hagáis partícipe de las incontables misericordias
que concedéis a cuantos os invocan con devoción y confianza.
Martes 1.- Amoroso San Antonio, que despreciasteis las vanidades del mundo, haced que ame
a Dios y me dedique a las cosas de su servicio. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 2.-Angélico San Antonio, lirio de incontable pureza, logradme del Señor que venza
todas las tentaciones. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 3.- Bendito San Antonio, amigo de la penitencia, alcanzadme que con voluntarios
sacrificios, satisfaga por mis faltas. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 4.- Admirable San Antonio, espejo de obediencia, obtenedme que sepa conformarme a
la voluntad de Dios. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 5.- Serenísimo San Antonio, joya de pobreza, atended por amor de Jesús y de Maria
a mí y a los necesitados.(Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 6.- Compasivo San Antonio, ejemplo de humildad, alcanzadme la firme sujeción a la
iglesia y a todo superior. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 7.- Amable San Antonio, consolador de los afligidos, rogad por cuantos sufren para
que se vean libres de sus males o se resignen en su desgracia. (Padre Nuestro y
Avemaría).
Martes 8.- Celoso San Antonio, defensor de la inocencia y castigador del vicio, alcanzadme
que os sea agradable. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 9.- Amantísimo San Antonio, horno de ardiente caridad, alcanzadme vivas ansias de
trabajar por la gloria del Señor. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 10.- Incomparable San Antonio, lumbrera que ilumina a los pecadores, obtenedme que
jamás ofenda a Dios. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 11.- Inocente San Antonio, celador de la justicia, libradme de las asechanzas del
demonio, y de todo mal. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 12.- Perfectísimo San Antonio, que hacèi hallar las cosas perdidas, obtenedme que
lleve mi cruz y gane el cielo. (Padre Nuestro y Avemaría).
Martes 13.- Santísimo y muy generosísimo San Antonio. Sembrador de milagros, pretejedme
con vuestra intercesión en todo el curso de mi vida. (Padre Nuestro y Avemaría).
Oración final para todos los martes.
Caritativo protector de los que a vos acuden, ya que habéis recibido el don de hacer
milagros, trabajad en el de mi conversión, alejad de mí y de todos los que me son
queridos, las enfermedades, las adversidades, y las desgracias, y por la virtud de
vuestras oraciones, atraed sobre mí y todos los míos las bendiciones del cielo. Amén.
Letanía de San Antonio
(como devoción privada)
Señor ten piedad.
Cristo ten piedad.
Señor ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Santa María, ruega por nosotros.
San Francisco, San Antonio de Padua gloria de la orden de frailes menores, mártir en el
deseo de morir por Cristo, Columna de la Iglesia, Digno sacerdote de Dios, Predicador
apostólico, Maestro de la verdad, Vencedor de herejes, Terror de los demonios,
Consuelo de los afligidos,
Auxilio de los necesitados,
Guía de los extraviados,
Restaurador de las cosas perdidas,
Intercesor escogido,
Constante obrador de milagros,
Sé propicio, perdónanos, Señor,
Sé propicio, escúchanos, Señor,
De todo mal, líbranos, Señor,
De todo pecado,
De todo peligro de alma y cuerpo,
De los lazos del demonio,
De la peste, hambre y guerra,
De la muerte eterna,
Por los méritos de San Antonio,
Por su celo en la conversión de los pecadores,
Por su deseo de la corona del martirio,
Por sus fatigas y trabajos,
Por su predicación y doctrina,
Por sus lagrimas de penitencia,
Por su paciencia y humildad,
Por su gloriosa muerte,
Por sus numerosos prodigios,
En el día del juicio, Nosotros pecadores, te rogamos, óyenos,
Que nos guíes por caminos de verdadera penitencia,
Que nos concedas paciencia en los sufrimientos,
Que nos asistas en las necesidades,
Que oigas nuestras oraciones y peticiones,
Que enciendas en nosotros el fuego de tu amor,
Que nos concedas la protección y la intercesión de San Antonio, Hijo de Dios,
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, escúchanos, Señor
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros
Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos.
V. Ruega por nosotros oh bienaventurado San Antonio, R. Para que seamos dignos de las
promesas de Cristo. Oremos: Dios
Todopoderoso y eterno, Glorificaste a tu fiel confesor Antonio con el don constante de
hacer milagros. Concédenos que cuanto pedimos confiadamente por sus méritos estemos
ciertos de recibirlo por su intercesión. Te lo pedimos en nombre de Jesús, el Señor.
R. Amén.WEB CATOLICO DE JAVIER
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