LA
EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
Se celebra el
14 de Septiembre.
La Iglesia, en el
día de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, celebra la veneración a las
reliquias de la Cruz de Cristo en Jerusalén, tras ser recuperada de manos de los persas
por el emperador Heráclito.
Según manifiesta la historia, al recuperar el precioso madero, el emperador quiso cargar
una cruz, como había hecho Cristo a través de la ciudad, pero tan pronto puso el madero
al hombro e intentó entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó paralizado. El
patriarca Zacarías que iba a su lado le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en
desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargando la cruz por las
calles de Jerusalén. Entonces el emperador se despojó de su atuendo imperial, y con
simples vestiduras, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo hasta dejar la cruz
en el sitio donde antes era venerada.
Los fragmentos de la santa Cruz se encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los
habían llevado los persas, y cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre, todos
los fieles veneraron las reliquias con mucho fervor, incluso, su produjeron muchos
milagros.
El fragmento de la Cruz de Cristo de mayor tamaño se encuentra en el Monasterio de Santo
Toribio de Liébana (Cantabria, España), donde es venerado por decenas de miles de fieles
cada año.
Nosotros recordamos con mucho cariño y veneración la Santa Cruz porque en ella murió
nuestro Redentor Jesucristo, y con las cinco heridas que allí padeció pagó Cristo
nuestras inmensas deudas con Dios y nos consiguió la salvación.
A San Antonio Abad (año 300, fiesta el 17 de enero) le sucedió que el demonio lo atacaba
con terribles tentaciones y cuentan que un día, angustiado por tantos ataques, se le
ocurrió hacerse la señal de la Cruz, y el demonio se alejó. En adelante, cada vez que
le llegaban los ataques diabólicos, el santo hacía la señal de la cruz y el enemigo
huía. Y dicen que entonces empezó la costumbre de hacer la señal de la cruz para
librarse de males.
De una gran santa se narra que empezaron a llegarle espantosas tentaciones de tristeza.
Por todo se disgustaba. Consultó con su director espiritual y este le dijo: "Si
Usted no está enferma del cuerpo, ésta tristeza es una tentación del demonio". Le
recomendó la frase del libro del Eclesiástico en la S. Biblia: "La tristeza no
produce ningún fruto bueno". Y le aconsejó: "Cada vez que le llegue la
tristeza, haga muy devotamente la señal de la cruz". La santa empezó a notar que
con la señal de la cruz se le alejaba el espíritu de tristeza.
Cuando Nuestra Señora se le apareció por primera vez a Santa Bernardita en Lourdes (Año
1859), la niña al ver a la Virgen quiso hacerse la señal de la cruz. Pero cuando llegó
con los dedos frente a la cara, se le quedó paralizada la mano. La Virgen entonces hizo
Ella la señal de la cruz muy despacio desde la frente hasta el pecho, y desde el hombro
izquierdo hasta el derecho. Y tan pronto como la Madre de Dios terminó de hacerse la
señal de la cruz, a la niña se le soltó la mano y ya pudo hacerla ella también. Y con
esto entendió que Nuestra Señora le había querido dar una lección: que es necesario
santiguarnos más despacio y con más devoción.
Fíjese en la gente cuando hace la señal de la Cruz. Observe, por ejemplo, a los pocos
jugadores de fútbol que se santiguan en el campo. ¿Cómo le parece esa cruz que se
hacen? ¿No es cierto que más parece un garabato que una señal de la Cruz? ¿Cómo
haremos nosotros la señal de la Cruz de hoy en adelante?
Como recuerdo de esta fecha de la exaltación de la Santa Cruz, acuérdese de realizar con
más devoción y más despacio su señal de la Cruz.
A continuación se ofrece un texto de Rafael López-Melús, OCD, sobre la fiesta de la
exaltación de la Santa Cruz.
El cristianismo es un
mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además, la Resurrección da
sentido a nuestra vida, más que la Cruz.
Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos
introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la
rechazaban. Y nosotros también. Cuando Clovodeo leía la Pasion exclamaba: ¡Ah, si
hubiera estado allí yo, con mis francos!
La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido
para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor
y hacerlo redentor.
Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre
nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para
acompañarlo con su presencia.
En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no
podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes,
aunque siga siendo un tremendo misterio.
Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la
fuerza de su bondad: "En plenitud de vida y de sendero dió el paso hacia la muerte
porque Él quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un
Cordero" (Himno de Laudes).
En toda su vida Jesús no hizo mas que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el
destierro. Perseguido, humillado, condenado. Solo sube para ir a la Cruz. Y en ella está
elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e
infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino
compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos
olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.
Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade:
"El que quiera venirse conmigo, que reniegue de si mismo, que cargue con su cruz y me
siga". Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!,
decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y luego le niega.
''No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está
crucificado" (Leon Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella
todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más,
enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido—la madurez
adquirida en el dolor—no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si
acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús,
besemos la nuestra, astilla de la suya.
La Cruz aceptada—no la buscada—tiene un gran valor... Dijo una ostra a otra
ostra: "Siento un gran dolor dentro de mí. Es pesado y redondo y me lastima". Y
la otra ostra replicó con arrogancia: "Alabados sean los cielos y el mar. Yo no
siento dolor dentro de mí. Me siento bien e intacta". Un cangrejo que pasaba por
alli las escuchó y dijo a la que estaba bien e intacta: "Sí, te sientes bien, pero
el dolor de la otra es una hermosa perla".
Es la ambiguedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se
santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.
Cuán pocos son los
que aman la Cruz de Cristo.
Por Tomás de
Kempis, del libro Imitación de Cristo
Libro segundo: De la conversión interior
Del Amor a la Santa Cruz de Cristo.
1. Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, mas muy pocos que lleven
su cruz.
Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que quieran la tribulación.
Muchos compañeros halla para la mesa, y pocos para la abstinencia.
Todos quieren gozar con Él, mas pocos quieren sufrir algo por Él.
Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta beber el cáliz de la
pasión.
Muchos honran sus milagros, mas pocos siguen el vituperio de la cruz.
Muchos aman a Jesús, cuando no hay adversidades.
Muchos le alaban y bendicen en el tiempo que reciben de Él algunas consolaciones: mas si
Jesús se escondiese y los dejase un poco, luego de quejarían o desesperarían mucho.
2. Mas los que aman a Jesús, por el mismo Jesús, y no por alguna propia consolación
suya, bendícenle en toda la tribulación y angustia del corazón, tan bien como en
consolación.
Y aunque nunca más les quisiese dar consolación, siempre le alabarían, y le querrían
dar gracias.
3. ¡Oh! ¡Cuánto puede el amor puro de Jesús sin mezcla del propio provecho o amor!
¿No se pueden llamar propiamente mercenarios los que siempre buscan consolaciones?
¿No se aman a sí mismos más que a Cristo, los que de continuo piensan en sus provechos
y ganancias?
¿Dónde se hallará alguno tal, que quiera servir a Dios de balde?
4. Pocas veces se halla ninguno tan espiritual, que esté desnudo de todas las cosas.
Pues ¿quién hallará el verdadero pobre de espíritu y desnudo de toda criatura?
Es tesoro inestimable y de lejanas tierras.
Si el hombre diere su hacienda toda, aún no es nada.
Si hiciere gran penitencia, aún es poco.
Aunque tenga toda la ciencia, aún está lejos: y si tuviere gran virtud y muy ferviente
devoción, aún le falta mucho; le falta cosa que le es más necesaria.
Y esta ¿cuál es? Que dejadas todas las cosas, deje a sí mismo y salga de sí del todo,
y que no le quede nada de amor propio.
Y cuando ha hecho todo lo que conociere que debe hacer, aún piense no haber hecho nada.
5. No tenga en mucho que le puedan estimar por grande, mas llámese en la verdad siervo
sin provecho, como dice Jesucristo.
Cuando hubiereis hecho todo lo que os está mandado, aún decid: Siervos somos sin
provecho.
Y así podrás ser pobre y desnudo de espíritu, y decir con el profeta: Porque uno solo y
pobre soy.
Ninguno todavía hay más rico, ninguno más poderoso, ninguno más libre, que aquel que
sabe dejarse a sí y a toda cosa, y ponerse en el más bajo lugar. WEB CATOLICO DE JAVIER
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