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Respecto a la
veracidad de los Evangelios, podrían señalarse multitud
de razones. Pascal, refiriéndose al testimonio que dieron con
su vida los primeros cristianos, señala un argumento muy sencillo
y convincente: creo con más facilidad las historias cuyos testigos
se dejan martirizar en comprobación de su testimonio.
Haber llegado
a la muerte por ser fieles a las enseñanzas de los Evangelios
otorga a esas personas una fuerte garantía de veracidad. Por
lo menos, se conocen pocos mentirosos que hayan muerto por defender
sus mentiras.
Además,
es bastante llamativo, por ejemplo, que los evangelistas no callen
sus propios defectos ni las reprensiones recibidas de su maestro,
así como que relaten hechos embarazosos para los cristianos,
que un falsificador podría haber ocultado. ¿Por qué
no se han corregido, o al menos pulido un poco, los pasajes más
delicados? ¿Qué razones hay, por ejemplo, para que se
narre la traición y dramática muerte de Judas, uno de
los doce apóstoles, elegido personalmente por Jesucristo? Ha
habido muchas oportunidades -señala Vittorio Messori- para
omitir ese episodio, que desde el inicio fue motivo de escarnio contra
los cristianos ("¿Qué clase de profeta es este
-ironizaba Celso-, que no sabe siquiera elegir a sus seguidores?").
Sin embargo, el pasaje ha llegado inalterado hasta nosotros. La única
explicación razonable es que este hecho, por desgraciado que
fuera, ocurrió realmente. Los evangelistas estaban obligados
a respetar la verdad porque, de lo contrario -y dejando margen a otros
motivos-, las falsificaciones habrían sido denunciadas por
sus contemporáneos. Los cristianos fueron en aquellos tiempos
objeto de burlas, se les consideró locos, pero no se puso en
discusión que lo que predicaran no correspondiera a la verdad
de lo que sucedió.
Además,
puestos a inventar, difícilmente los evangelistas hubieran
ideado episodios como la huida de los apóstoles ante la Pasión,
la triple negación de Pedro, las palabras de Cristo en el Huerto
de los Olivos o su exclamación en la cruz ("Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"),
sucesos que nadie habría osado escribir si no hubieran sido
escrupulosamente reales, pues resultaban muy contrarios a la idea
de un Mesías, victorioso y potente, tan arraigada en la mentalidad
hebrea de la época. Ante contrastes de este tipo, el propio
Rousseau, nada sospechoso de simpatía hacia la fe católica,
solía afirmar, hablando de los Evangelios: "¿Invenciones...?
Amigo, así no se inventa".
En estos dos
últimos siglos se ha pretendido innumerables veces negar la
veracidad de los Evangelios. Sin embargo, los avances científicos
han ido evidenciando que la mayoría de esos argumentos estaban
dictados por el prejuicio ideológico. Y toda esa crítica,
que en algunos momentos pareció poner en crisis la fe tratando
de eliminar su base histórica, ha logrado más bien,
como de rebote, fortalecerla. Un gran número de sucesivos descubrimientos
ha ido barriendo poco a poco toda la nube de hipótesis que
se habían formado en su contra. "Hoy -asegura Lucien Certaux-,
después de dos siglos de ensañamiento crítico,
estamos descubriendo con sorpresa que, posiblemente, el modo más
científico de leer los Evangelios es leerlos con sencillez." NOVEDADES FLUVIUM
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