Ese día la maestra pidió a sus alumnos de primer grado que dibujaran algo con lo que estuvieran agradecidos. Eran de familias pobres, ¿qué tendrían que agradecer?, —pensó la docente—. Tal vez dibujarían platos de comida, o alguna cosa por el estilo. Sin embargo, la maestra se sorprendió mucho con un dibujo: era una mano, dibujada de forma sencilla e infantil. Toda la clase quedó encantada con aquel dibujo.
— Pero, ¿de quién es esta mano? Preguntó la maestra.
— Creo que debe ser la mano de Dios, dijo un niño.
— No, yo creo que es la mano de una señora que alimenta sus gallinas, dijo otro.
Mientras continuaban su trabajo, la maestra se acercó al chico y le preguntó de quién era la mano.
— Es su mano, señorita, dijo. Entonces ella recordó que a veces, en el recreo, había tomado de la mano a este niño raquítico y desamparado. ¡Eso había significado mucho para él!
La maestra, con intuición materna, había prodigado una muestra de cariño a esa criatura, privada sin duda de atención en su casa. Y había logrado con acierto saciar esa ansia de ternura de aquel pequeño corazón. ¡Qué hermoso es que puedas llegar a las personas con gestos que se graben significativamente en su recuerdo!
* Enviado por el P. Natalio