PARA MEDIR A LOS DEMAS, COMPASION
Ciertamente todo nos confunde. Lo que parece bueno termina perjudicando y lo que aparentaba catastrófico termina arrastrando un beneficio no calculado.
Muchas veces he comentado la importancia de darle a las cosas el valor que tienen pero cuidándose de no hacer de ninguna opinión un juicio inapelable o una verdad absoluta.
De pronto un hecho dramático nos obliga a encontrar una solución creativa que cambia sustancialmente el futuro de nuestra vida. Una y otra vez tenemos la oportunidad de parecernos al protagonista del viejo cuento; el portero del prostíbulo que despedido por analfabeto se transformó por fuerza en carpintero y de allí con su trabajo, tesón y honestidad, en el empresario más exitoso del pueblo. Quedarse sin el puesto que había heredado de su padre, representó para él el pasaporte a una vida mejor.
Pero por supuesto que todo depende también de nuestra actitud frente a los hechos aparente o realmente desgraciados.
Si en lugar de iniciar una acción constructiva nos quedásemos centrados en nuestro lamento; si dedicáramos nuestra energía a buscar un culpable o nos sentáramos en el umbral de casa esperando la caridad de los vecinos o la lástima de todos, las desgracias se quedarán desgracias y los contratiempos se volverán catástrofes.
¿Podremos nosotros despertar definitivamente a una actitud más constructiva?
¿Podremos resolver nuestras dificultades personales ocupándonos verdaderamente de ellas?
¿Podremos encarar los problemas de pareja y familiares interesándonos en lo que le pasa a los que conviven a nuestro lado?
¿Podremos los habitantes de nuestro querido país responsabilizarnos de una ves por todas de los errores cometidos para poder así aprender de ellos?.
Si nos olvidamos de las limitaciones de nuestra mirada, despreciamos la pobreza de objetividad de nuestra percepción, y exageramos vanidosamente nuestra escueta micrométrica capacidad de análisis de la realidad, terminaremos viendo los hechos según nuestro prejuicio y conveniencia.
El soldado enemigo siempre es un asesino y el nuestro,
un héroe.
Los demás son testarudos, nosotros tenemos convicciones. El otro es un caprichoso, no como yo que sostengo mis opiniones.
Ellos son rencorosos, lo que a mí me pasa es que no puedo olvidar.
Ella es agresiva y destructiva, yo solamente me defiendo.
Ellos están locos; nosotros somos originales, diferentes y creativos.
Y que conste que no se trata solamente de medir a los demás con la misma vara con la que nos medimos, se trata además de usar una medida flexible y compasiva.
Se trata de evaluarlo todo con una cuota necesaria de suavidad y comprensión. Se trata de no ser tirano ni autoritario, de no juzgar ni condenar apoyado en prejuicios a los que llamamos muchas veces experiencia.
Se trata de construir un mundo mejor, apoyado en la idea de que quizá los que aseguran lo contrario, también tengan razón y quizá yo mismo no la tenga.
Cuenta la leyenda urbana...
Un día un hombre joven, alto ejecutivo de una empresa multinacional, se dirige en el subte abarrotado de gente hacia el Banco Central. En una frenada pierde el equilibrio y termina cayendo sobre un pequeño hombrecito muy mal vestido. Ayudándose mutuamente se piden disculpas y cada uno sigue su camino.
Al rato, el joven ejecutivo, descubre que le falta su cartera. Fastidiado, comienza a correr por los vagones persiguiendo al atracador. Al verlo, se abalanza amenazante sobre él y el inmigrante empieza a escapar hacia el final del convoy. En la siguiente estación ambos bajan del tren y después de una carrera frenética, el joven perseguidor logra acorralarlo en un rincón oscuro.
"¡Dame la carera!", le ordena.
"Rápido, porque si no..." ,agrega poniendo su mano en la cintura en el gesto de sacar un cuchillo.
El muchacho, blanco del susto, mete su mano temblorosa entre sus ropas, saca la billetera, la deja caer en el suelo y huye.
El ejecutivo está contento, ha luchado por lo suyo y ha conseguido recuperarlo. El siempre odió a los carteristas, más que a otros delincuentes.
Vanidoso y agrandado en su ego, telefonea a su esposa y le cuenta su hazaña. Ella, por toda respuesta, le dice sorprendida que su cartera ha quedado en la casa.
El hombre del cuento nunca pudo dejar de odiar a los carteristas; quizá por eso, aunque buscó infructuosamente al dueño de la billetera, nunca dejó de odiarse a sí mismo....
Jorge Bucay
besitos