Si tú murieras
Anoche, mientras fijos tus ojos me miraban y tus convulsas manos mis manos estrechaban, tu tez palideció. ¿Qué hicieras -me dijiste- si en esta noche misma tu luz se disipara, si se rompiera el prisma, si me muriera yo?
¡Ah! deja las tristezas al nido abandonado, las sombras a la noche, los dardos al soldado, los cuervos al ciprés. No pienses en lo triste que sigiloso llega; los mirtos te coronan, y el arroyuelo juega con tus desnudos pies.
La juventud nos canta, nos ciñe, nos rodea; es grana en tus mejillas; en tu cerebro, idea, y entre tus rizos, flor; tenemos en nosotros dos fuerzas poderosas, que triunfan de los hombres y triunfan de las cosas: ¡la vida y el amor!
Comparte con mi alma tus penas y dolores, te doy mis sueños de oro, mis versos y mis flores a cambio de tu cruz. ¿Por qué temer los años, si tienes la hermosura; la noche, si eres blanca; la muerte, si eres pura; la sombra, si eres luz?
Seré, si tú lo quieres, el resistente escudo que del dolor defienda tu corazón desnudo; y si eres girasol, seré la parte oscura que en hondo desconsuelo sin ver jamás los astros se inclina siempre al suelo; ¡Tú, la que mira al sol!
La muerte está muy lejos; anciana y errabunda, evita los senderos que el rubio sol fecunda, y por la sombra va; camina sobre nieve, por rutas silenciosas, huyendo de los astros y huyendo de las rosas; ¡la muerte no vendrá!
La vida, sonriendo nos deja sus tesoros: ¡abre tus negros ojos, tus labios y tus poros al aire del amor! Como la madre monda las frutas para el niño, ¡Dios quita de tu vida, cercada de cariño, las penas y el dolor!
Ahora todo canta, perfuma o ilumina; ahora todo copia tu faz alabastrina, y se parece a ti; aspiro los perfumes que brotan de tu trenza, y lo que en tu alma apenas como ilusión comienza, es voluntad en mí.
¡Ah! deja las tristezas al nido abandonado, las sombras a la noche, los dardos al soldado; los cuervos al ciprés. No pienses en lo triste que sigiloso llega; los mirtos te coronan, y el arroyuelo juega con tus desnudos pies.
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