Yo fui los besos de tu boca sola,
y el mar amargo, un mar sin caracolas.
Yo me morí en alguna tarde, en alguna tarde, toda.
Yo fui tu aliento inadvertido, la fuerza bruta de la noria.
Yo fui tu aquello y tu mañana, nido de pájaros y auroras.
Huiste de mis manos, querer de efervescencia;
tu soplo fue el silencio que no entendió mi oído,
y si al buscarte tuve el castigo más tremendo,
no me culpes niño, por este amor tan ciego.
Yo fui tu patria y tu partida, y no fui más
porque tú no quisiste que mi boca de rosa te besara
la frente
que mis manos tan claras te trajeran memorias.
Tú no me quisiste
¡Qué mal atravesado fuiste!
Luego,
me convertí en la tarde,
en las alas blanquecinas de gaviotas idas
y me cubrió el hastío,
ese que deja huesos congelados, fríos.
Tú, no me advertiste
que probar los besos de tu boca era
algo así como estar triste.