Frutos de Azahar
Con el sol de la mañana acariciando mi mejilla derecha voy entre abrojos enredando pensamientos en tus juveniles cabellos. Recorría los anchos campos de Granada la mora, camino de los montes de Aragón, cuando los pasos orientados al noroeste me hicieron percibir el perfume de los naranjos en flor, extensión de apariencia nevada que el califa cordobés creara a su amada Zahra, la flor.
Así te veo, como una flor perfumada con el azahar de los naranjos blancos que redondean tersos limones que de tu pecho nacen, mostrando la joven morena que por niña y hermosa pronto verá ampliada su fertilidad, será madre, fuente que amamanta a los tiernos cachorros, pero que también simboliza la fuente de la vida cuando la semilla depositada en su vientre fructifique.
¿Qué es un pecho de mujer? No es solo un órgano amatorio, es mucho más. Es la tierra fecunda que cobija y que educa, que mima y ennoblece, es la fuente de la vida, ese místico depósito de universalidad, es la transmisión defensiva para los ataques del tiempo inclemente, de errantes vagabundeos por tierras de exilio, es el hogar caliente en las noches de invierno, es el fuego de la intimidad secreta en el tiempo de desvaríos en los que nos sentimos perdidos. ¡OH! Dulzura de las dulzuras, madre eterna, ampáranos en tu pecho y deja reposar nuestras cabezas, déjanos dormir el sueño reparador mientras nos sentimos ungidos con el bálsamo de tus besos hasta que las nieves cubran tus sienes. No me despiertes madre, no me despiertes, que afuera hace frío y en tu pecho está el calor y el abrigo.
Y con esta imagen en mi mente no podía dejar de pensar en tu tez morena, en la redondez de tus delicados senos, ni en la luz de tus ojos, cuando el camino, por largo y escarpado obligaba al descanso. Ya los naranjos quedaron atrás, los olivos dieron paso a un bosque de hayas, busqué un sitio al socaire para tender la pieza de yute y descansar los pies y el alma de vagabundo. Las estrellas en el cielo se colaban entre las hojas, me eché y dormí, soñé.
Ante mi tu figura madura, con el cabello gris recogido en un moño que dejaba tu bello cuello al descubierto, tus hombros redondos, aparecías en mi sueño con una edad indefinida, de piel aún tersa pero más clara, tal vez producido por una mayor interioridad de habitación, en medio perfil por donde asomaban tus senos pletóricos, esos que ya habían sido fuente de vida, la visión traía símbolos de la madre universal, reposo del guerrero y el vagabundo. No se por qué razón te llamé con otro nombre, tú, silenciosa, me abrazaste, hasta que el sol de la mañana inundó mis pupilas y desperté mezclando el sueño con unas sensaciones de vigilia matinal. El rocío de la mañana, depositado en las hojas, simulaba campanitas de cristal, me arrebujé entre las ropas y estuve inmerso en tu perfume mientras observaba a la madre naturaleza. Por fin comprendí que tus senos tenían ese significado para mi, el sentirte como la madre universal es sentirte como la tierra, amplia y generosa, naturaleza que nos acoge en su seno y nos guarda en la temporalidad, pero que más allá, cuando solo el alma es nuestra vestimenta, tu sigues estando eternamente, tu vives en mi, aún cuando solo pueda percibir el perfume del azahar.
Adrián Pérez de Vera