Ocurrió que siendo muchacho era muy platónico, iluso e idealista, pero de mis ensueños a la vida real había un trecho enorme. Mojigato y vergonzoso en cosas de mujeres pasaban los años sin comerme una rosca, hasta que un día, envalentonado, fui a una farmacia a por un preservativo. La chica que me atendió, con algunas horas de vuelo en estos asuntos, lo llamó condón, no me gustó esa palabra, me parecía vulgar, es como decir blenorragia o gonorrea, es lo mismo, pero no suena igual, hasta en eso era yo rarito. Se dio cuenta la mujer que yo no sabía nada del asunto, me preguntó ¿sabes cómo se usa? sonrojado admití que no, entonces ella los desplegó y se lo puso en el pulgar. Se usa así, me dijo. No se si fue lujuria de ella o por mis ojos azules que decidió cerrar la farmacia y me metió en la rebotica, se desvistió ¿te excito? me dijo, aquellos senos hermosos con los semáforos apuntando al frente me llamaron mucho la atención, era hermosa, los muslos tersos. Era tanto el calor que poco tiempo duré, ella con cara refunfuñante me preguntó ¿te pusiste el condón? y yo, muy orgulloso, alcé mi pulgar y se lo mostré, ella se desmayó. Hay que ver lo que es el fuego de juventud.