Camino de peregrinación.-
La mente humana tiende a idear cosas de las que realmente no sabe nada o sabe muy poco. Tenemos la facultad de crear ideas y pensamientos, creer cosas y atribuir razones a cuestiones que no han sido comprobadas y que llegamos a realizar como ciertas. Otras veces transferimos los datos de un hecho conocido o razonablemente aceptado a otros fenómenos totalmente desconocidos. También tenemos la facultad de proyectar elementos nuestros o del sujeto al objeto de estudio o análisis, confiriéndole nuestros atributos a aquello que no los tiene o que no sabemos que los tiene.
Siempre nos hemos preguntado de dónde venimos o adónde vamos, cómo se originó el universo, si hay vida en otras galaxias, o qué hay más allá de la actual existencia. Sobre estas cuestiones se barajan muchas teorías y creencias, pero lo cierto es que sabemos muy poco o nada de todo eso. Por lo tanto, la creencia ha sustituido al conocimiento, de manera que encontramos abundante literatura que habla de todo esto como si de un hecho constatado se tratara ¿Cómo sabiendo tan poco pueden existir tantas explicaciones al respecto? Jung decía que cuando un individuo tiene una idea, ésta se considera subjetiva, pero que cuando varios individuos participan de la misma idea, ésta se vuelve objetiva. Esto equivale a decir que por el simple hecho de que varios crean en una misma cosa, élla se vuelve realidad objetiva.
La mente tiene aún otra facultad, la de crear conscientemente cosas que no siendo actuales, pueden llegar a serlo, es decir, podemos anticiparnos a cosas que aún no existiendo hoy puede ser una realidad tangible el día de mañana. Lo que la mente humana visualiza hoy se convierte en un hecho futuro. La neurociencia también empieza a decir que la creación consciente de ciertas cualidades o actitudes humanas hace que nuestras neuronas desarrollen la función o sinapsis en relación a nuestra creación. Por otro lado, podemos pensar en aquellas personas negativas que sin dedicar ningún tiempo al estudio de estas cosas las rechazan por cualquier motivo. Ellos también están crando en sus neuronas las condiciones de pesimismo, duda y desconfianza.
En relación a la facultad de la mente de proyectar nuestros paradigmas a un objeto de estudio tal como Dios, el alma o cómo surgió el universo, etc., es posible que lleguemos a la idea de que en el principio todo era Uno, y que ahora somos un montón de chispitas de luz viajando desde el centro a la periferia y de ésta al centro de nuevo. En esta idea nuestra mente mezcla nuestra sensación de tiempo y espacio con aspectos y leyes asumidas intelectualmente, tales como la fuerza centrífuga y centrípeta. Pero usando los conceptos y el lenguaje de un estado de conciencia tridimensional o de vigilia ¿cómo es posible dilucidar aquello que ocurre fuera del tiempo y el espacio? En mucha literatura que trata temas metafísicos observamos mucha adherencia a inventos gratuitos de la mente humana y manifestaciones que al analizarlas presentan oposición entre ellas, o bien que expresan planteamientos contrarios a las leyes conocidas o a aquellas místicamente aprehendidas. Entre estas manifestaciones observamos disquisiciones entre el alma universal y el alma del hombre, creándose distintas corrientes que van a ser adoptadas por un sector unas y por otro otras. Sobre el alma y Dios, tenemos varias posturas: teísmo, ateísmo, monoteísmo, politeísmo, panteísmo.
Uno de los criterios que más ha sido aceptado por la corriente mística es aquel que dice que el alma está reunida, concentrada sobre sí misma y a la vez expandida, pues lo interpenetra todo. El alma humana y el alma divina es la misma alma, la de todos los seres y de toda la naturaleza. Está en nosotros, pero como nuestra mente le da un sentido al espacio y al tiempo muy peculiar, nos parece que viene de fuera hacia adentro. Y si pensamos que también está en las galaxias, y como éstas las pensamos muy lejanas en el espacio, no acertamos a interiorizarla como algo real sino como una idea o creencia, es decir, transferimos al alma los condicionantes de nuestra mente subjetiva. Sin embargo, cuando el hombre deshace el tiempo y el espacio a través del logro de otro estado de conciencia, descubre el alma en la eternidad, aprehende un nuevo concepto, de manera que el alma se descubre a sí misma en su realidad. El alma se deja descubrir cuando el hombre cambia la orientación de su búsqueda y emprende la acción de mirar hacia dentro. Para la mística judía de la que también participaba Jesús, el hombre recorre el tiempo y el espacio de los seis días de la creación por y para el séptimo, el día del shabat, el sábado, la eternidad, la presencia nueva del alma, el momento eterno en que se recibe a Dios y que repiten cada semana. Esa es la presencia que el hombre descubre en aquello que Es, lo cual realiza mediante su peregrinación. El hombre es el que marca el ritmo y ejecuta el más precioso ciclo de la vida construyendo el templo durante los seis días, y siendo el templo cada séptimo.
Para nosotros el sábado no debería estar relacionado con un día de la semana, pues cualquier día y momento es adecuado para tratar de llegar a la comunión con el Dios de nuestros corazones. No obstante, nuestra asistencia diaria o semanal a nuestro sanctun debería contener la idea de un viaje hacia nuestro interior.
Un día el hombre se sintió separado del alma universal y se hizo consciente de la individualidad. Como realidad mística solo estamos separados en conciencia, de manera que nuestro peregrinar tiene el propósito de despertar la conciencia hasta concebir la Unión. Hoy creemos que somos millones de chispitas de luz viajando por el espacio, que hemos surgido de un gran centro de poder conocido en la Biblia como el Jardín del Edén, que nos encontramos viajando en mil direcciones distintas, inclusive en aquella que marca el retorno al Padre. Por todo lo dicho, lo que viaja es la conciencia y es a ella a la que hay que restituir.