Mi propia luz Me ha estallado en el alma la luz de tantos siglos…, pero no me deslumbra. Yo tenía mis luces, sólo mías, como algo que me encendieron otros, y forjé con los años a martillo en el yunque. Como el rayo de Zeus labrado por Hefesto, o el fuego del Olimpo que Prometeo asume. Las luces que nos vienen de fuera palidecen frente a las luces íntimas que nuestra piel encubre. Sólo necesitamos la chispa entre dos piedras; fomentarla en hoguera a cada cual le incumbe. Una chispa es el rayo, pero enciende la noche, y carboniza el roble, o el torreón sacude. Como la gota de agua que se transforma en río, como el copo de nieve que la avalancha induce. Un modesto principio que aumenta y se propaga, y nos trasforma en dioses, mas sin infinitudes. Y si otra luz externa nos revienta en el rostro, de pronto palidece. Esa es la luz que tuve. Esa es la que mantengo. Nadie podrá eclipsarla. Desde el fondo del alma perennemente surge. Los Angeles, 12 de abril de 2009
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