Reconozco cada mullir de los ojos de la gente. Me embeleso
en los paseos de sus miradas, estudio las diferentes formas
del iris y sus colores, pero me encojo tímidamente cuando
alguien me descubre robándole el espacio de sus pupilas.
Escucho la música de los ojos; es como las notas del acordeón
de mi padre cuando salpican el cálido espesor del aire de agosto,
no cuando entona una melodía, sino cuando hace esos extraños
ejercicios que sirven para encontrarse con una rapidez de los
dedos perdida desde siempre. El ojo es un universo cautivador.
Un cruce de miradas es la explosión de dos cosmos, aunque
idénticos en apariencia, diferentes en lo más profundo de su fondo.
Sí, lo es. La mirada es el Big Bang de donde todo empieza y nada
acaba. El útero, el principio de todo amor o todo odio. El fin de la
búsqueda de la verdad. La cuna del silencio que detalla sin
palabras lo que somos, lo que hemos sido y lo que, sin duda, seremos.
de la red