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General: Henry Jekyll explica lo sucedido..parte 3
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Respuesta  Mensaje 1 de 5 en el tema 
De: LADYS  (Mensaje original) Enviado: 06/11/2009 13:15

Corrí a mi casa del Soho, y con el fin de redoblar mi seguridad, destruí todos mis documentos. Volví a salir a las calles iluminadas por la luz de las farolas con la misma dualidad de sensaciones que hasta ese momento me dominara, recreándome en mi crimen y planeando alegremente otros semejantes, pero temiendo al mismo tiempo en mi interior oír las pisadas del vengador. Hyde mezcló la poción con la sonrisa en los labios y al apurarla brindó por su víctima; pero los dolores de la transformación no se habían disipado todavía, cuando Henry Jekyll, con lágrimas de remordimiento y gratitud en los ojos, caía de rodillas y elevaba sus manos entrelazadas a Dios. El velo de la tolerancia se había rasgado de la cabeza a los pies. Vi mi vida en su totalidad, la seguí desde los días de mi infancia, cuando caminaba de la mano de mi padre; la seguí a través de las renuncias propias de mi profesión para llegar, una y otra vez, con esa misma sensación de irrealidad que experimentaba, a los horrores de aquella noche. Podría haber gritado en alta voz. Traté de borrar con lágrimas y oraciones aquel tropel de imágenes y sonidos que mi memoria arrojaba contra mí, pero entre súplica y súplica el feo rostro de mi iniquidad continuaba asomándose a mi espíritu. Mas poco a poco mis agudos remordimientos comenzaron a morir y fue sucediéndoles una sensación de gozo. Había resuelto el problema de mi conducta. De ahora en adelante Hyde era imposible. Quisiera o no, desde este momento estaba reducido a la parte mejor de mi existencia, y ¡cómo me alegró pensarlo! ¡Con qué humildad abracé las restricciones de mi vida natural! ¡Con cuán sincera renunciación cerré la puerta por la que tantas veces entrara y aplasté la llave bajo mi pie!

Al día siguiente me llegó la noticia de que había un testigo del crimen, de que la culpabilidad de Hyde era cosa segura ante el mundo entero y de que la víctima era hombre de gran estimación. No había sido solamente un crimen. Había sido también una locura trágica. Creo que me alegré al saberlo. Creo que me alegré de que mis impulsos quedaran así coartados y sujetos por el miedo a la horca. Jekyll era ahora mi refugio. Con sólo un instante que Hyde se hiciera visible, las manos de todos los habitantes de Londres se echarían sobre él para acabar con su vida.

Decidí redimir el pasado con mi conducta futura, y puedo decir con toda franqueza que mi decisión dio fruto. Tú sabes muy bien cómo trabajé durante los últimos meses del año pasado para aliviar el sufrimiento de mis semejantes sabes que hice mucho por el prójimo y que disfruté de tranquilidad y casi me atrevo a decir que de felicidad. Tampoco puedo decir que me cansara de mi vida inocente y caritativa, pues creo que, por el contrario, disfrutaba más de ella cada día; pero seguía sufriendo mi dualidad interior, y tan pronto como pasó el primer impulso de penitencia, el lado más bajo de mi personalidad, tanto tiempo en libertad y tan recientemente encadenado, empezó a rugir pidiendo licencia. No es que soñara con resucitar a Hyde. La sola idea me inspiraba auténtico horror. No. Fue en mi propia persona donde sufrí la tentación de jugar con mi conciencia, y fue como un pecador normal, secreto, cuando al fin caí ante los asaltos de la tentación.

Pero todo tiene su fin. La medida más capaz se llena al cabo y esa breve condescendencia al fin destruyó el equilibrio de mi espíritu. Y, sin embargo, entonces no me alarmé. La caída me pareció natural, como un regreso a los tiempos anteriores a mi descubrimiento. Era un día de enero limpio, claro, húmedo bajo el pie en los lugares en que se había derretido el hielo, pero sin una sola nube en el cielo. Regent's Park estaba inundado de trinos de pájaros invernales y en el aire flotaban aromas de primavera. Me senté en un banco, al sol. El animal que hay en mí roía los huesos de mi memoria, y el lado espiritual, un poco adormecido, prometía penitencia, pero no se animaba a comenzar. Después de todo, me dije, era un hombre como los demás, y sonreí después comparándome con mis semejantes, oponiendo mi actividad bienhechora a la perezosa crueldad de su egoísmo. Y en el mismo momento en que me vanagloriaba con estos pensamientos, me sorprendió un estremecimiento y me invadieron unas horribles náuseas y el temblor más terrible. Perdí el conocimiento, y cuando lo recobré me di cuenta de que se había operado un cambio en el carácter de mis pensamientos; que sentía una mayor osadía, un desprecio por el peligro y un enorme desdén por los vínculos que representaban cualquier tipo de obligación. Miré hacia abajo. El traje me caía informe sobre los miembros encogidos y la mano que yacía sobre mi rodilla era nudosa y peluda. Me había convertido de nuevo en Edward Hyde. Hasta hacía pocos segundos disfrutaba del respeto de la sociedad, era rico, estimado por mis amigos, y la mesa me esperaba dispuesta en el comedor de mi casa. Y ahora, de pronto, me había transformado en la hez de la humanidad; en un ser perseguido, sin hogar; en un asesino público, carne de horca.

Mi razón vaciló, pero no me abandonó totalmente. He observado más de una vez que, cuando revisto mi segunda personalidad, mis facultades parecen agudizarse y mis energías adquieren una mayor elasticidad; y así, donde Jekyll probablemente habría sucumbido, Hyde se mostró a la altura de las circunstancias. Los ingredientes de la mixtura que necesitaba se hallaban en uno de los armarios del gabinete. ¿Cómo podría hacerme con ellos? Ése era el problema que apretando las sienes entre mis manos me propuse resolver. Había cerrado con llave la puerta del laboratorio. Si trataba de entrar a él atravesando la casa, mi propia servidumbre me entregaría a la policía. Tenía que buscar otra solución y pensé en Lanyon. ¿Cómo podía ponerme en contacto con él? ¿Cómo podía persuadirle? Suponiendo que lograra sustraerme a la captura, ¿cómo podría llegar a su presencia? Y ¿cómo yo, visitante desconocido y desagradable, iba a poder convencer al famoso médico de que allanara el estudio de su colega el doctor Jekyll? De pronto recordé que de mi anterior personalidad me quedaba un solo rasgo: podía escribir con mi propia letra. Y una vez que concebí la brillante idea, el camino que debía seguir quedó iluminado ante mi mente del principio al fin.

En consecuencia, me ajusté el traje al cuerpo lo mejor que pude, paré un coche y di al cochero la dirección de un hotel de la calle Portland, cuyo nombre acertaba a recordar. El pobre hombre no pudo ocultar su regocijo al ver mi apariencia (que, a pesar de la tragedia que ocultaba, desde luego era cómica), pero le mostré los dientes con tal gesto de furia endemoniada que la sonrisa se borró de sus labios, felizmente para él y aún más para mí, porque de haber reído un instante más le habría hecho bajar del pescante de un empujón. Al entrar en el hotel miré a mi alrededor con tan hosco continente que los empleados temblaron. Ni una sola mirada intercambiaron en mi presencia, sino que, por el contrario, obedecieron mis órdenes obsequiosamente, me condujeron a una habitación privada y me trajeron recado de escribir. Hyde, enfrentado con el peligro, era una criatura nueva para mí. Ardía en ira desordenada, estaba tenso hasta el límite del crimen y ansioso de infligir daño. Pero antes que nada era astuto. Dominó su ira con un gran esfuerzo de la voluntad; escribió dos importantes misivas, una dirigida a Lanyon y otra a Poole, y, para tener la seguridad de que habían sido enviadas de acuerdo con sus deseos, dio a los criados orden de que las certificaran. A partir de aquel momento se sentó ante el fuego y pasó el día entero junto a la chimenea de su cuarto, mordiéndose las uñas de impotencia. Allí cenó a solas con su miedo frente a un camarero que temblaba visiblemente ante su mirada. Y una vez que cayó la noche, se sentó en un rincón del interior de un coche cerrado y recorrió las calles de la ciudad. Y hablo en tercera persona, porque no puedo decir yo. Esa criatura infernal no tenía nada de humano. No abrigaba sino temor y odio.

Cuando al fin, por miedo a que el cochero comenzara a sospechar, despidió al carruaje y se aventuró por las calles a pie vestido con su desmañada indumentaria, siendo objeto de irrisión para los noctámbulos que transitaban a aquella hora, esas dos pasiones se embravecieron en su interior como una tempestad. Andaba de prisa, perseguido por sus temores, hablando consigo mismo, deslizándose por las calles, contando los minutos que faltaban para la medianoche. Una mujer se acercó a él para ofrecerle, creo, una caja de cerillas, pero él la apartó de un golpe en la cara y huyó.

Cuando recobré mi verdadera personalidad en el gabinete de Lanyon, creo que el horror que demostró mi amigo al verme me afectó un poco. No lo sé. En todo caso, ese dolor no fue sino una gota más en el océano de horror que fueron aquellas horas. Pero en mi interior se había operado un cambio. Ya no era el miedo al patíbulo lo que me atormentaba, sino el horror a convertirme en Hyde. Escuché las palabras de censura de Lanyon como en un sueño, volví a mi casa y me acosté. Tras los horrores de aquel día dormí con un sueño tan profundo que ni las pesadillas que me torturaron durante toda la noche lograron sacarme de él. Me desperté por la mañana conmovido y débil, pero descansado. Seguía odiando y temiendo a la bestia que dormía dentro de mí y no había olvidado los terribles peligros del día anterior; pero ahora al menos me hallaba en mi propia casa, cerca de la mixtura que necesitaba, y la gratitud que sentía por haber logrado huir del peligro brillaba con tal fuerza en mi espíritu que casi rivalizaba con el esplendor de la esperanza.

Paseaba tranquilamente por el patio, después del desayuno, bebiendo con deleite la frescura del aire, cuando me atenazaron de nuevo esas indescriptibles sensaciones que presagiaban el cambio. Tuve apenas el tiempo de llegar al gabinete antes de que me asaltaran de nuevo la rabia y la locura que provocaban en mí las pasiones de Hyde. En esta ocasión necesité una doble dosis para recuperar mi personalidad y, ¡ay de mí!, seis horas después, mientras miraba tristemente el fuego sentado ante la chimenea, volví a sentir los dolores del cambio y tuve que administrarme de nuevo la poción.

En resumen, que desde aquel día en adelante, sólo por medio de un increíble esfuerzo comparable a la gimnasia y bajo el estímulo inmediato de la poción, pude conservar la apariencia de Jekyll. A todas las horas del día y de la noche me invadía ese temor premonitorio. Especialmente si me dormía e incluso si dormitaba por unos minutos en mi sillón, era siempre bajo la apariencia de Hyde como me despertaba. A consecuencia de la tensión que provocaba en mí este constante peligro, y del insomnio a que me condenaba yo mismo, hasta extremos que nunca habría creído que pudiera soportar un hombre, me convertí en una criatura dominada por la fiebre, extremadamente débil de cuerpo y de alma y obsesionada por un solo pensamiento: el horror de mi otro yo. Pero en el momento en que me dormía o la virtud de la droga se debilitaba, saltaba sin transición alguna (pues los dolores de la transformación iban desapareciendo de día en día) a ser presa de una pesadilla cuajada de imágenes de terror, de un espíritu que hervía en odios sin causa y de un cuerpo que no parecía lo bastante fuerte como para soportar aquellas rabiosas energías de vida.

Los poderes de Hyde parecían haber aumentado a expensas de la enfermedad de Jekyll. Y, ciertamente, el odio que ahora los dividía era igual por ambas partes. En el caso de Jekyll era un instinto vital. Había visto al fin toda la deformidad de aquella criatura que compartía con él algunos de los fenómenos de la conciencia y que a medias con él heredaría su muerte. Y aparte de esos lazos de comunidad que en sí constituían la parte más dolorosa de su desgracia, consideraba a Hyde, a pesar de toda su energía vital, un ser no sólo diabólico, sino también inorgánico. Esto era lo más terrible. Que el limo de la tumba articulara gritos y voces, que el polvo gesticulara y pecara, que lo que estaba muerto y carecía de forma usurpara las funciones de la vida y, sobre todo, pensar que ese horror insurrecto estaba unido a él más íntimamente que una esposa, más que sus propios ojos. Que ese horror estaba enjaulado en su carne, donde lo oía gemir y lo sentía luchar por renacer; y en las horas de vigilia y en el descuido del sueño, prevalecía contra él y le privaba de vida. El odio que Hyde sentía por Jekyll era de naturaleza distinta. El terror a la horca le obligaba continuamente a suicidarse y regresar a su condición subordinada de parte y no de persona. Pero odiaba esa necesidad, odiaba el desánimo en que Jekyll estaba sumido y se sentía ofendido por el disgusto con que éste le miraba. De ahí las malas pasadas que me jugaba escribiendo de mi puño y letra blasfemias en las páginas de mis libros favoritos, quemando las cartas de mi padre y destruyendo su retrato. Si no hubiera sido por su terror a la muerte, habría buscado su ruina para arrastrarme a mí a ella. Pero su amor por la vida es asombroso. Sólo diré lo siguiente: Yo, que enfermo y me aterro sólo de pensar en él, cuando recuerdo la abyección y la pasión de su amor a la vida, cuando me doy cuenta de cuánto teme el poder que poseo para desplazarle por medio del suicidio, le compadezco en lo más hondo de mi corazón.

Sería inútil prolongar esta descripción y me falta tiempo para hacerlo. Sólo diré que nadie ha sufrido tormentos tales, y con eso basta. Y, sin embargo, el hábito de sufrir me ha valido, si no un alivio, sí al menos un relativo encallecimiento del espíritu, cierta aquiescencia de la desesperación. Mi castigo habría podido prolongarse durante años enteros de no haber sido por la última calamidad que me ha sobrevenido y que, finalmente, me ha despojado de mi rostro y naturaleza. Mi provisión de sales, que no había renovado desde el día de mi experimento, empezó a agotarse. Pedí una nueva remesa y preparé la mezcla. La ebullición tuvo lugar y también el primer cambio de color, pero no el segundo. La bebí y no causó efecto. Por Poole sabrás cómo he buscado esas sales por todo Londres. Ha sido en vano. Al fin he llegado al convencimiento de que esa primera remesa era impura y que fue precisamente esa impureza desconocida lo que dio eficacia a la poción.

Ha transcurrido aproximadamente una semana y acabo esta confesión bajo la influencia de la última dosis de las sales originales. A menos que suceda un milagro, ésta será, pues, la última vez que Henry Jekyll pueda expresar sus pensamientos y ver su propio rostro (¡tan tristemente alterado!) reflejado en el espejo. No quiero demorarme más en terminar este escrito que si hasta el momento ha logrado escapar a la destrucción ha sido por una combinación de cautela y de suerte. Si la agonía de la transformación me atacara en el momento de escribirlo, Hyde lo haría pedazos; pero si logro que pase algún tiempo desde el momento en que le de fin hasta que se opere el cambio, su increíble egoísmo y su capacidad para circunscribirse al momento presente probablemente salvarán este documento de su inquina simiesca. El destino fatal que se cierne sobre nosotros le ha cambiado y abatido hasta cierto punto. Dentro de media hora, cuando adopte de nuevo y para siempre esa odiada personalidad, sé que permaneceré sentado, tembloroso y llorando en mi sillón, o que continuaré recorriendo de arriba abajo esta habitación (mi último refugio terrenal) escuchando todo sonido amenazador en un rapto de tensión y de miedo. ¿Morirá Hyde en el patíbulo? ¿Hallará el valor suficiente para librarse de sí mismo en el último momento? Sólo Dios lo sabe. A mí no me importa. Ésta es, en verdad, la hora de mi muerte, y lo que de ahora en adelante ocurra ya no me concierne a mí sino a otro. Así, pues, al depositar esta pluma sobre la mesa y sellar esta confesión, pongo fin a la vida de ese desventurado que fue

Henry Jekyll



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Respuesta  Mensaje 2 de 5 en el tema 
De: krisstoff Enviado: 06/11/2009 15:57
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Respuesta  Mensaje 3 de 5 en el tema 
De: emvallejo Enviado: 06/11/2009 18:51

Respuesta  Mensaje 4 de 5 en el tema 
De: SoyMóni Enviado: 07/11/2009 03:35
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Respuesta  Mensaje 5 de 5 en el tema 
De: tulis0 Enviado: 07/11/2009 03:38
María.


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