La navidad con mayúscula
La Navidad, con mayúscula, nos trae el recuerdo de ese Niño frágil y balbuciente en el que se personó la piedad y paciencia de Dios para recordarnos nuestra esencia amasada a su imagen y semejanza. ¿Cómo podemos olvidar la justicia, la misericordia, la compasión, la dignidad del ser humano? ¿Cómo pueden vendernos como productos navideños la superficialidad, el capricho, la comilona, el despilfarro y el olvido de los desamparados?
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Nuestro Dios prefiere para revestirse de Niño el silencio, la paz y la limpieza de una noche estrellada. Por eso los confidentes de la Navidad son humildes trabajadores de intemperie. Por eso las ofrendas son regalos de primera necesidad. Por eso la Gloria de Dios va unida con la Paz a los hombres de buena voluntad.
Pasados los años ese Niño, nacido al margen, nos dirá: "Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios... Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañe que te diga: Es necesario nacer de nuevo" (Jn 3,3).
Por eso en la Navidad cristiana recordamos y celebramos la visita de Dios. Pero, sobre todo, renovamos nuestro propio nacimiento, el de cada día, el de cada año, el de cada paso fiel a Aquel que nos amó primero. Esta es la Navidad auténtica, la que se vive y no se ve, pero alegra y ensancha el corazón.
(Extracto de "La Navidad con minúscula" de Jairo del Agua)
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