El dulce de la felicidad
Había una vez una anciana pastelera que,
después de haber ganado la medalla de bronce y de plata,
quiere que le concedan también la de oro.
Prepara con gran energía y creatividad la receta que presentará
en el próximo concurso. Desea preparar el pastel de la felicidad.
Se encamina a la tierra de la esperanza y allá recoge
raíces del árbol de la valentía, semillas del árbol
de la voluntad y hojas del árbol de la perseverancia.
Cuando regresa a casa pone todos los ingredientes
en el mortero de la paciencia y
los amasa con el aceite fortuna.
Cuando están bien amalgamados los mete en
el recipiente de la confianza y los deja cocer en
el calor del amor.
De vez en cuando echa alguna cucharadita
de extracto de compasión, un poquito del aceite de
esencias del perdón, una pizca de improvisación,
algo del perfume de una oración.
Cuando todo está bien cocido en el horno del destino,
lo mete en los diferentes moldes de la autonomía;
moldes con forma de corazón, de estrellas, de lunas
y les echa por encima una capa de alegría.
Deja enfriar todo con el aire de la aceptación.
Este dulce se sirve a temperatura del tiempo
de la oportunidad y se acompaña en la mesa con
una infusión de dulces lágrimas de un final feliz.
Cuento del libro "jardineros, princesas
y puerco espines"
de Consuelo Casula