A mi me gusta comer. (Se me nota en mis medidas de 90-60-90) No me gustan esas comidas gourmet en donde, en el medio de un plato del tamaño de una fuente, el remilgado cocinero, coloca una tira de carne de medio centímetro de altura, cinco de ancho y veinte de largo, acompañada por dos espárragos, una tira de morrón y una hoja de rúcula, bañados por media cucharada de una salsa colocada artísticamente al lado de semejante despliegue de amarretismo.
La abundancia del plato tiene olor a la infancia, a la mama que estaba más contenta, que perro con dos colas, cuando más comíamos y había algo de afecto indisoluble en ese acto de alimentar.
Mis ojos, rústicos y acostumbrados la abundancia misma, se demoran largamente en la fuente de milanesas que desborda generosidad y las papas fritas que descansan a su lado, con huevos fritos ¡Que trío! Admiro los platos de tallarines, coronados con una suculenta salsa bolognesa, aderezados con tanto queso que uno puede pasar dos semanas sin ir al baño.
Yo encuentro la belleza misma en una olla de puchero, pletórica de rueditas, oso buco, chuquisuela, zapallo, batata, choclos y la consabida papa. Ha, me olvidaba, la sopa con fideos "cabello de ángel", caracolitos, bien caliente y en plato hondo como una palangana.
Que mejor placer sentarse a la mesa y comer lo que uno le gusta.
Mis amigos los invito a que me cuenten sus experiencias gastronomicas de aquel tiempo de la niñez.