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Noches inmensas, tristemente largas, de insomnio envuelto en trémula lujuria, crujiendo el cuerpo en soledad y furia, noches inmensas, tristemente amargas.
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Amante sola
Los días van y vienen, y tú quedas, amante sola, ausente de otras manos; sólo las tuyas tiemblan, y en la noche, cuando tejen sus nidos los abrazos, y las palabras se hacen ronroneos, tu sexo es el albergue despoblado, entreabierta la puerta, el fuego en el hogar, y a punto el tacto. Como si hubieras puesto sobre la mesa de nogal, el jarro de rojo vino, el queso, el pan, las rosas, las copas de cristal, y decorado de incitantes colores esa entrada a ti misma, y tu invitado hubiera confundido su camino, él, vagabundo, tú, país lejano.
Eres de aquí, de este momento puro en que todo pudiera ser. Qué blando se ha vuelto el tiempo, tan estricto siempre; ya no vuela como antes, ha hecho un alto, y nada, nada en tu ámbito sucede, siempre a la espera tú, siempre acechando pisadas, voces tras de los cristales, y no llega el amante. El candelabro, sobre la mesa, agota su vigilia, y el alma se te va desmoronando.
No es tu noche esta noche, es otra noche como tantas; te cuenta el campanario las horas lentas, y es cada tañido, dentro de tu cerebro, un martillazo.
Amas en la distancia, y la caricia, ya remedo mental, ya autoregalo, es breve travesía en mar de gozo, y persistencia de sabor amargo.
Ay, amante, mujer, dispuesta y sola, rodando por un sueño fracasado. Los Angeles, 20 de junio de 2007 | | |
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