A veces la vida y sus múltiples vueltas nos alejan de personas con las que compartimos años y años y con las que teníamos afinidades y coincidencias sobre la realidad, el país y el mundo, y -¿por qué no?- también divergencias acerca de los mismos temas, trenzándonos en discusiones de café o sobremesa sin que la sangre nunca llegara al río. De pronto, una mudanza, un viaje, un exilio, una enfermedad, o simplemente el río de la vida en su constante fluir, nos separan y todo un mundo se desdibuja, se olvida, se convierte en recuerdos más o menos borrosos. Pero, como la existencia humana es una caja de sorpresas, un día cualquiera, a la vuelta de la esquina, en una calle, en un tren, en un aeropuerto, los vemos reaparecer, más viejos, más calvos, más gordos, más flacos, más operados, o espléndidos y radiantes, como si los años no hubieran pasado. Y luego de unos segundos de duda formulamos la pregunta de rigor: "¿Sos vos? ¡No me digas que sos vos!" Y sí, es él o ella, y la catarata de recuerdos, de códigos, de secretos, de verdades y mentiras cae sobre nosotros como una lluvia bendita que nos retrotrae a otra época, a otras palabras, a otros sabores y olores. La primera cuestión es saber qué fue de la vida del amigo extraviado. La salud, la familia, los divorcios, las solterías, los hijos y la situación económica. Luego viene -si hay tiempo- el café, y recién allí soltarán la verdad, volverán a discutir las anécdotas del pasado tratando de ponerse en la mejor vereda, reconociendo méritos y defectos en forma no demasiado objetiva, y después vendrá el intercambio de teléfonos, correos y direcciones, y las promesas de visitas futuras que sabe Dios (y no es muy seguro que ni él lo sepa) si se cumplirán o no.
Muchas veces, esos reencuentros son providenciales, la piedra de toque para una renovada relación con alguien que nos conoce de otra época, de otra realidad que, si es algo añorado que se creía imposible de resucitar, nos cambia la vida para bien, nos recuerda ideales abandonados a los que queríamos volver pero ni lo intentábamos por no tener el entorno adecuado o porque nuestros referentes se habían ido y no teníamos con quién compartirlos por falta de contexto. Teníamos veinte años y creíamos que la vida se estaba por terminar, la ansiedad nos devoraba y quizá no nos parábamos a pensar en el tesoro de la juventud, la plenitud física y las alforjas llenas de sueños casi imposibles. Muchos años más tarde tenemos algunas de aquellas cosas que sentíamos "indispensables" pero que ya no nos lo parecen tanto. Ese encuentro casual o causal con el pasado nos sacude y con una agridulce sensación de nostalgia querríamos volver por unas horas a aquel café, a aquellos desvelos, a aquellas incertidumbres.
Otras veces, los reencuentros no son tan agradables: rozan lo patético y se nos viene encima Discepolín con su poesía cruel; entonces surgen pensamientos como: "¡Y pensar que hace diez años fue mi locura!", "me hizo tanto mal que si lo pienso termino envenenado", o quizá resuena en nuestro interior la voz de Gardel cantando: "Volvió una noche, no la esperaba".
En otras ocasiones podemos toparnos con algún profesor que nos persiguió con ceros que nos llevaban a marzo, con temidos jefes a los que teníamos que sonreír disimulando el asco por miedo al despido, con celadores desalmados, con curas castigadores, con monjas despiadadas, o con ex poderosos que nos atormentaron con abusos y amenazas, y uno los ve viejos, vencidos, encorvados, en sillas de ruedas o en estado catatónico y no puede dejar de exclamar: "¿Y por esta ruina humana lloré, me asusté y me amargué una parte de mi vida, una parte que tendría que haber sido la más linda, o sea, la infancia y la adolescencia?".
Vueltas de la vida, como una calesita sin sortija de premio, espejo confuso, rompecabezas con piezas extraviadas que de pronto encontramos y volvemos a tener aquella mágica edad en la que nos faltaba todo menos la esperanza y el deseo de beberse la vida de un solo trago. De vez en cuando es excitante abrir el baúl de los recuerdos y compartirlos con los que nos acompañaron en una parte del largo camino.
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El autor es actor y escritor